La carne es uno de los alimentos más importantes de la canasta familiar paraguaya. Y más que eso, forma parte de la cultura gastronómica, siendo un ingrediente fundamental de varias recetas típicamente paraguayas y del famoso asado alrededor del cual se reúne la familia para los eventos más relevantes en términos afectivos. Por otro lado, Paraguay es uno de los mayores exportadores mundiales por su reconocida calidad, lo que afecta al mercado interno teniendo como principal efecto el aumento de los precios. El Gobierno debe implementar medidas que permitan el acceso a carne de buena calidad y a precios que puedan ser absorbidos dados por el nivel económico de los hogares. El descontento tiene múltiples facetas y una de ellas se encuentra alrededor de la mesa como un factor de unión familiar y social.
El acceso a alimentos inocuos y nutritivos es un derecho de las personas y una obligación por parte del Estado, que debe contar con políticas públicas.
El acceso a carne de calidad y a precios acordes con el nivel económico de las familias paraguayas debe estar en la agenda pública.
No hay duda de la relevancia económica de las exportaciones de carne. La demanda externa tiene la potencialidad de impulsar procesos de mejora en todos los ámbitos.
Los estándares de calidad de los bienes y servicios que exigen suelen ser mayores que los existentes al interior del país, lo que obliga a mejorar la calidad de la producción. Estas mejoras pueden llegar a los consumidores internos, tanto en términos de precios como de calidad.
Pero esto no significa, de ninguna manera, que se nieguen las consecuencias negativas.
Lo que es inaceptable y no puede ocurrir es que el acceso a carne de calidad se limite solamente a una minoría que puede pagar precios sumamente altos.
Uno de los mayores desafíos con que se enfrenta nuestro país es hacer que el buen desempeño macroeconómico, en este caso medido por los buenos resultados en las exportaciones, se traduzca también en beneficios a nivel microeconómico.
Los mecanismos de transmisión no son automáticos. Eso lo sabemos de los países exitosos europeos y asiáticos que lograron que su inserción internacional se traduzca en desarrollo.
De otra manera, estaremos ante la situación actual. Crecemos y exportamos con gran éxito a nivel macroeconómico, pero con magros resultados en la calidad de vida si consideramos que la población no está pudiendo acceder a un bien básico y altamente demandado por la población paraguaya.
El problema no debe reducirse a políticas para reemplazar carne vacuna por algún otro tipo de proteína, sea animal o no.
En primer lugar porque otros tipos de carne también están siendo exportados, como la porcina.
En segundo lugar, por el valor nutricional y la libertad de elegir la proteína que más se adecua a la demanda nacional.
Ninguna familia paraguaya debiera estar obligada a adquirir carne de mala calidad o a reemplazarla por otra proteína en un país con la potencialidad de producir carne de alta calidad.
En tercer lugar, porque la cultura gastronómica y el bienestar colectivo dependen del acceso a la carne. El acceso a la carne no es solo una cuestión nutricional o material.
En este caso se involucra hasta la percepción de desigualdad, ya que la gente sabe que determinado sector de la sociedad no tiene problemas a la hora de disfrutar de las tradiciones y la vida social o familiar.
El Gobierno debería tomar en consideración que el descontento tiene múltiples facetas y una de ellas se encuentra alrededor de la mesa como un factor de unión familiar y social.
El problema no se reduce a la inflación, sino a buscar soluciones en las que ganemos todos los paraguayos. UH