Estudió en Oxford y en Cambridge, fue un prodigioso inventor y un apasionado de la radio. Se destacó como diplomático en Inglaterra y Uruguay, pero el destino le tenía deparada una mala pasada a este pilarense ilustre: en una jugada dolosa, le sustrajeron la patente del portón que se abría automáticamente a control remoto, ese ingenio tan usual hoy en día que él desarrolló en los años 20. Aquí la historia de un hombre extraordinario del que poco se sabe.
- Por Jorge Zárate
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- Fotos Nadia Monges – Gentileza
El joven y acaudalado médico irlandés Adam Fuller Lamp vino a conocer la enigmática Sudamérica a fines del siglo XIX y, tras haber recalado en el Río de la Plata, la curiosidad lo llevó a subirse a un buque que tenía como destino Asunción.
Cuando el barco llegó a las costas de la Villa del Pilar, un bote a remo acercó a un emisario de mensaje desesperado: era preciso un médico para atender una epidemia de tifus.
“Aceptó y se bajó con el único requisito de que lo acompañe una persona que supiera leer y escribir”, cuenta Susana Lhurs Fuller de Erecke, su bisnieta. “Después de la Guerra Grande, muy pocas personas tenían ese privilegio y mucho menos las mujeres”, agrega. “Así fue que lo llevaron a la casa de un terrateniente de apellido Caballero, donde lo atendió su hija Marcelina, que era una mujer de tez blanca y de cejas muy espesas, que era muy inteligente, según se recuerda en la familia”.
El visitante se enamoró y pidió casarse con ella. “Los padres irlandeses rápidamente enviaron emisarios para saber qué pasaba con su hijo, con qué ‘aborigen’ se pensaba casar. Así fue que los que vinieron para evitar que se casara terminaron siendo testigos de la boda”, cuenta Susy Lhurs, como gusta de llamarse la señora que hizo posible conocer esta historia. Producto de esa unión, en 1893 nace Rafael Ricardo José Gaspar Fuller Caballero, que sería en el tiempo un prodigioso inventor y diplomático paraguayo.
Adam, de importante vida cívica en Pilar, fallece apenas tres años después.
Rafael crece en la agraciada Villa pilarense hasta que tiene edad escolar. En ese momento viaja a Irlanda a vivir con los abuelos paternos y realiza allí sus estudios primarios. Ya para la secundaria regresa al país y cursa en el Colegio Nacional de la Capital, del que egresa con notas brillantes.
En 1913 es becado a los Estados Unidos y de allí cruza el Atlántico para estudiar en las prestigiosas universidades inglesas de Oxford, la más antigua del mundo angloparlante, y también en Cambridge, donde se recibe de ingeniero electromecánico.
Ya en Dublín, la capital de Irlanda en que vivían sus abuelos paternos, sigue desarrollando sus investigaciones en frecuencias y electricidad, en “la radiocomunicación”.
UN PRODIGIO
Cuenta el periodista y difusor historiográfico Luis Verón, en el libro “Rafael Fuller, un genio olvidado”, que es allí que comienza a realizar experimentos de telemecánica con las ondas hertzianas y a despertar el asombro de profesores y público.
Un recorte de un periódico dublinés de abril de 1923 reseña: “Por más de que hubo muchos mecanismos novedosos en la exposición de la Sociedad de Ingenieros Experimentales de Dublín, ninguno fue más ingenioso ni atrajo mayor admiración que el bote que aquí se muestra, el cual puede ser dirigido por telégrafo sin hilos… Uno de los más interesantes trabajos exhibidos es un bote radiotelegráfico construido y armado por el señor Fuller. El movimiento de este bote, una vez en el agua, es enteramente dirigido por señales radiotelegráficas y puede además disparar un cañón por el mismo medio”, agregaba el reporte.
Susy nos cuenta que el barco se llamaba “Payagua” y que llegó a hacerle disparar su cañón en el Támesis de Londres. “También inventó un robot”, recuerda. Cuando vuelve al país enseña en el Colegio Nacional de la Capital y en la Escuela Militar.
En ese tiempo conoce en una de sus visitas a Pilar a Elena Silva Cáceres, con la que tuvo dos hijas, Ninón Fuller Silva, que fue soprano solista del Colón de Buenos Aires, y Elena Fuller Silva, la mamá de Susy: “A punta de pistola, el bisabuelo Fermín Silva, que era juez, le obligó al abuelo Fuller a casarse con mi abuelita Elena, que tenía 17 años”, cuenta Luhrs.
Queda viudo en 1920. Entonces “fue a Montevideo, donde tenía una eterna novia, que era Esperanza Viscay, que luego fue la fundadora de la Escuela Artigas del Botánico, y tuvo una hija con ella. Estuvo mucho tiempo en la embajada de Montevideo como diplomático. En sus años en Uruguay él enseñaba el guaraní, al que amaba muchísimo, a los diplomáticos. Había hecho una reseña de las palabras que le enseñó la mamá de Marcelina, que peleó en la Guerra de la Triple Alianza. Se llamaba Francisca Caballero y al fallecer tuvo el grado de sargento, al punto de que sobre su tumba se puso la bandera paraguaya. Mi abuelo estaba tan orgulloso de ‘Francisca Ñaró’, que era como se la conocía en el tiempo de la Guerra Grande”.
Era estudioso del idioma originario. “Un día le dijo mi madre ‘ou peteî karai nderendape… ha oguereko ipópe peteî bastón… oporandu nderehe…’. ‘Pero no estás hablando bien, hija mía… Viene un señor junto a mí que quiere conversar conmigo y que tiene un bastón… Eso no es el guaraní, bastón se dice popoka’, eso me enseñó mamá que le dijo el abuelo Fuller”, cuenta Luhrs.
En 1926 instala en la Unidad Militar de Paraguarí un equipo de radiocomunicación. Verón recuerda que “en su momento eran de uso exclusivamente militar y recién a mediados de los años 20 la radio comienza a tener acceso civil”.
Un 2 de setiembre de 1927, el presidente Eligio Ayala lo nombra delegado del Paraguay al Congreso Mundial sobre Transporte a Motor que se realizó en Londres, donde estaba destinado como diplomático.
En 1928 se casó con la uruguaya Esperanza Viscay Ugalde y comienza a desarrollar la idea de usar la inducción eléctrica para abrir portones en Montevideo.
En 1931 su invento fue registrado en Uruguay, Argentina y Paraguay, situación que consta en un artículo del periódico El Ideal, del 19 de julio 1932, sobre la exposición del invento de Fuller al Rotary Club.
La inducción es un fenómeno mediante el cual se separan las cargas eléctricas positiva y negativa como consecuencia de la acción de un campo eléctrico. Fuller era consciente de que a corta distancia la misma sería efectiva y “fue la base de su invento: la aplicación localizada de energía inducida”, expone Verón. Usó dos circuitos, uno colocado en el automóvil y otro en el subsuelo del garaje.
Consiguió hacerlo funcionar por medio de un “relais” que se usaba en la novísima televisión de los Estados Unidos.
El exitoso funcionamiento de su dispositivo le disparó la idea de patentarlo en EEUU.
Fuller, que era miembro del Rotary Club y masón, “tenía en Montevideo una casa a la que llama Petit Hotel y que es la que vende quemando sus naves para ir a patentar. No quiso su esposa que vendiera la casa, pero él lo hizo convencido de que conseguiría un filón, que ganaría mucho dinero”, relata Luhrs.
Cuando fue a hacer el trámite, se dio con que la documentación había sido sustraída de la Oficina de Patentes del Uruguay y que el invento ya estaba patentado en los Estados Unidos a nombre de otras personas.
Cuenta Verón: “Se encontró con la desagradable noticia de que los que hacían espionaje tecnológico habían robado o comprado sobornando a los uruguayos y fueron a patentar en los EEUU. Podía pleitear, pero necesitaba dinero que no tenía”.
Susy agrega: “Cuando llegó se dio cuenta de que le habían robado la patente y le dio una depresión muy grave, tuvo una pelea muy fuerte con la esposa (le costaría el divorcio), vino a morir con su madre. Estuvo un año y medio enfermo con una anemia perniciosa y aguda. Le decían los médicos a mi mamá que si no le daba carne se iba a ir secando y él dijo que no, que no se alimentaba de animales muertos”.
VEGETARIANO Y MÁS
Fuller era vegetariano desde sus tiempos de Oxford, donde aprendió la práctica alimenticia de un compañero de la India. “Tengo una foto donde está Fuller con el uniforme de Oxford y el hindú en el brazo de la silla”.
Falleció en setiembre de 1941 a los 49 años.
“Vino muy abrumado, muy afectado a Pilar. Así lo recordaba mi papá, que tuvo una afinidad muy fuerte con él. Luhrs era un ingeniero alemán que lo conoció porque Fuller era el único que lo podía traducir del alemán al español con la gente de la fábrica textil. Mi abuelo tuvo la suerte de morir junto a su madre Marcelina. “Abrí la ventana, mamá, la muerte me entra por los pies y se va subiendo”, contaron que dijo. Cuando llegó a la cintura ya no podía respirar”, relata Susy.
“Falleció junto a mi padre y este le avisó a mamá, que le cerró los ojos. Marcelina usó el luto cerrado y le pidió a mi mamá que se le entierre sobre su tumba con la misma cruz”.
Luhrs concluye reiterando su agradecimiento a Luis Verón por dar a conocer la historia de su abuelo inventor en un libro. El escritor lo hace señalando que “debemos tratar de conocer a los muchos paraguayos desconocidos que hicieron mucho por el país. El Paraguay no es solo fútbol, narcotráfico y gente corrupta. También es de gente esforzada, grandes científicos y una juventud sacrificada, genios artísticos, etc.”.