Alguna vez,un periodista preguntó a don Dionisio Hildebrandt, cooperativista de Campo 9, si cómo mantienen el desarrollo en su comunidad y cómo logran el bienestar de los jóvenes. Respondió que todo comienza en el ejemplo de los padres, en el modelo de conducta (como padre, como granjero, como parte de una sociedad, en el respeto a las personas y a las normas establecidas) y que ese modelo influye en los hijos.
“En Campo 9 nuestros hijos tienen por meta ser buenos tamberos, excelentes agricultores. A los 12 años, ni bien terminen la instrucción primaria, ya quieren y están manejando los tractores. Sus metas son ser semejantes a sus padres”, dijo un día recorriendo las colonias del lugar y que sería publicado en las redes sociales. Sus padres son exitosos.
Se escucha a los políticos, analistas sociales y económicos y periodistas referirse a la migración de jóvenes campesinos hacia las ciudades ¿Por qué estos jóvenes no se aferran al trabajo rural como los cooperativistas de Campo 9?; sin dudas, por la falta del modelo positivo, por la ausencia del resultado que garantice el bienestar. Por la falta del modelo de padres exitosos.
Escuchamos de vez en vez que el campesino se honra de su pobreza. La migración a las ciudades de los jóvenes demuestra que aquella es una premisa falsa. Ellos desean, legítimamente, vivir en bienestar, pero el modelo de trabajo de sus padres, de su entorno no es el adecuado para cumplir con sus aspiraciones. Ese modelo desmotivador debe cambiar.
La educación – la columna vertebral que sostiene el modelo social – arranca con los padres y el entorno. Educación en la formalidad, la perseverancia, el respeto al consumidor, practicando la competitividad como los colectivos de inmigrantes de Itapúa, Alto Paraná, Caaguazú, Canindeyú y del Chaco Central que hicieron prósperas sus zonas de influencia. Hay que copiarles, o sea trabajar duro, sin desmayo, sin quejas que, así, tarde o temprano, la abundancia les alcanzará como se merecen.http://otraradio.online/