SUSTENTO. Con la venta de este elixir, muchas familias sortean el día a día.
Carlos Morales
En el punto del Departamento Central, donde está la frontera entre Ypané y Guarambaré, la cigarra canta en plena mañana. Su canto se mezcla con el sonido del trapiche mecánico que se alimenta de la caña dulce que José Segovia va metiendo.
Tres varas y tres vueltas después, otro grupo repite el proceso. Bajo la máquina moledora, un balde de 20 litros recoge el espumoso mosto.
“En media hora más o menos podemos fabricar cerca de 17 litros”, dice José. Un rato después con una jarra y un colador continuará la segunda parte del proceso de fabricación de la dulce bebida.
Al terminar de colarla, el líquido será colocado en botellas de distintos tamaños para su comercialización.
“Para enfriar le ponemos en una conservadora con hielo. No se pone el hielo dentro del mosto porque o sino queda aguado”, explica.
El productor aconseja no debe perder la cadena de frío con el mosto. Una vez que ocurre eso, puede cortarse.
Todo vuelve a utilizarse luego de la fabricación. La caña dulce de la cual se le extrajo el zumo, luego es usada como alimento para animales.
Cambio. Un día el extremo calor le causó una insolación a José. A causa de eso tuvo que dejar su trabajo. Teniendo su campo, donde cultiva verduras y también caña dulce, decidió fabricar el mosto.
Desde aquella vez pasaron cinco años. Ahora, con los demás integrantes de su familia, el producto enteramente orgánico le permite sumar ingresos para la subsistencia diaria.
“Este trapiche compré de un señor que quería vender. Tuvimos que alzar con una grúa y traer en un camión de carga. Es de procedencia americana. Yo me encargo del mantenimiento”, cuenta mientras muestra la máquina.
Por día prepara cerca de 40 litros de mosto que luego él y su hermana, María Verónica Segovia, venden en la ruta distante a un kilómetro y medio de su casa.
Tal como ha ocurrido con otros emprendedores, la pandemia también dejó sus efectos en el movimiento diario que tenía.
“Antes de eso vendíamos mucho más. Ahora ya no es que sale tanto, pero lo que entra al día igual salva para varias cosas”, contó.
Cura. Durante la Guerra de la Triple Alianza, los soldados consumían caña de azúcar y mosto para sobrevivir a los trajines del conflicto.
El producto de la planta, el mosto helado, también sirvió para que María Verónica pudiera superar el cuadro depresivo que tuvo en su momento.
En el puesto que ocupa en la ruta entre Ypané y Guarambaré provee a sus clientes de la fresca bebida, remedios y hielo para el tereré.
“Me gusta mucho estar acá. Conozco mucha gente y a la gente le gusta mucho el mosto que hacemos”, cuenta con una radiante sonrisa como la mañana de sol intenso.
Hay gente que dejó de vender el mosto. Ya no hay tantos como antes porque para eso tenés que tener con qué producir para que pueda dejarte algo de ganancia. José Segovia, productor y vendedor.
Desde todas partes vienen los clientes. Una señora vino y me preguntó si el mosto servía como levantol. Yo le dije que sí y me respondió: Dame cuatro litros entonces. María Verónica Segovia, productora y vendedora.
LAS CIFRAS
10.000 guaraníes es el precio en que los Segovia venden dos litros de mosto en su puesto entre Ypané y Guarambaré.
40 litros llegó a vender por día María Verónica antes de la pandemia. Ahora eso se redujo a la mitad, contó.
5 años pasaron desde que José le dijo a su hermana para que probara dedicarse al negocio que ya es familiar.