SOLDADOS PARAGUAYOS ASALTAN LAS TRINCHERAS BOLIVIANAS ARMADOS CON MACHETES.
El día 6 de Diciembre de 1.933, poco después de haber oscurecido, el ancho cañadón de Gondra, en un frente de 2.500 metros, aproximadamente, fue invadido por hombres silenciosos que, partiendo de muestras líneas y arrastrándose como culebras, lentamente, sin hacer el menor ruido, avanzaban en dirección a las trincheras bolivianas. Eran los soldados de Regimiento “Curupayty” Nº 4 y del Batallón García del 19 de Infantería, que iniciaban la aproximación, indispensable, a fin de colocarse en posición de asalto. Casi dos horas emplearon esas tropas con sus oficiales al frente para cruzar el desabrigado cañadón, en penoso, lento y silencioso arrastre.
Termina la aproximación, quedaron los audaces muchachos tendidos en el suelo, callados, en espera de que la noche pasara, acosados por el sueño y los mosquitos, sin poder siquiera mover las manos para espantarlos. Sin poder, hablar, ni fumar, ni aún pensar libremente, porque los bolivianos debían ser atenta y constantemente vigilado. Pero hay algo más todavía. Era costumbre de los bolivianos, al llegar la noche, establecer barreras de fuego, casi exclusivamente a base de ametralladoras, para impedir cualquier tentativa de aproximación y sorpresa. Pero el Comando paraguayo tomó la precaución de dejar apostados hombres convenientemente distribuidos, encargados de contestar al fuego boliviano con el reglamentario hostigamiento a fin de dar la impresión de que las trincheras paraguayas continuaban ocupadas.
Y fue desafiando la barrera de fuego del adversario y expuestos al hostigamiento propio, no muy peligroso en esa noche, pues su objeto era solo despistar e iba dirigido bastante alto, de manera que los nuestros avanzaban por el cañadón pelado, hasta colocarse a distancia de asalto y allí permanecieron toda la noche, sin sufrir una sola baja. Hazañas como ésta, solo pueden ser cumplidas por el soldado paraguayo. Sin embargo, no faltaron algunos incidentes, que terminada la acción dieron lugar a risueños comentarios, pero que en aquellos momentos pudieron resultar trágicos.
La fatigosa, larga y paciente marcha realizada entre el pasto, con el cuerpo pegado al suelo, agotó a muchos y no faltaron algunos a quienes el sueño más fuerte que la disciplina venció, y que entre ráfaga y ráfaga de las armas automáticas, dejo escapar algún ronquido. Los oficiales se vieron obligados a ejercer una vigilancia constante y a organizar un servicio especial para impedir que sus hombres se durmieran, porque un ronquido notado por los bolivianos o cualquier movimiento o ruido que delatara la presencia de los nuestros significaba la muerte segura de todos.
El 7 de Diciembre poco antes de amanecer debía producirse el asalto. Una, salva de artillería era la señal convenida. A las 3 y 30 el TCnel. Franco, que no durmió en toda la noche preocupado por la suerte de sus soldados, llamó por teléfono al Comandante de la Artillería, Capitán Fulgencio Yegros G., sin obtener respuesta. El hilo fue cortado y envió una patrulla a recorrer la línea. El tiempo volaba y no se obtenía la indispensable comunicación telefónica. Las 4 y la situación invariable. A las 4:30 la claridad del amanecer era ya peligrosa A esa hora y como última esperanza envió el jefe a su ayudante a otro puesto telefónico para que tratara de obtener la ansiada comunicación. A las 4:35 una salva de artillería rompió el silencio, como un potente trueno; un grito inmenso “Viva el Paraguay” se levantó del cañadón y una ola humana, precedida de INNUMERAS HOJAS DE ACERO, avanzó con rapidez y cayó en las zanjas bolivianas.
Los adormilados ocupantes de las trincheras hicieron funcionar sus armas cuando ya tenían a los nuestros encima. Esto explica el número increíblemente reducido de bajas que experimentamos. No obstante varias armas automáticas y numerosos fusiles atronaron el espacio con sus estampidos, pero fueron rápidamente acallados por los más potentes de las bombas de mano lanzadas por los asaltantes. Pronto dejó de oírse la ruidosa intervención de los fusiles y ametralladoras y durante media hora el sonido seco, metálico, de las armas blancas, fue el único perceptible. Las bayonetas y machetes trabajaron sin cesar, segando vidas.
Recio fue el ataque y tenaz la defensa. Se combatió porfiadamente al arma blanca, con los brazos, piernas, puños y hasta a dentelladas, produciéndose un entrevero espantoso. Los bolivianos demostraron ser dignos componentes de la mejor unidad de su ejército, pero no pudieron resistir más de media hora a los nuestros que en todo momento los superaron en audacia, empuje y muy especialmente, en habilidad en la lucha cuerpo a cuerpo.
Tal fue el arrojo y decisión de nuestros muchachos, que más de uno llegó a meterse en los nidos de ametralladoras por las troneras.
A las 5:10 de la mañana casi toda la línea de trincheras del adversario en un frente de 2.500 metros de extensión se hallaba en nuestro poder.
Fuente: FULGENCIO YEGROS GIROLA – BATALLAS DE ZENTENO – CAMPO VÍA, 1933