La ex viceministra del Ministerio de Educación brinda detalles acerca del innovador proyecto que se implementa en escuelas de Areguá, donde el pizarrón perdió protagonismo sobre libros y las aulas tienen un rincón especial de lectura.
Prácticas innovadoras en las escuelas públicas se denomina un proyecto educativo emprendido desde el 2015 por las organizaciones Investigación para el Desarrollo (ID) y Kunumi Arete. Los pupitres ya no miran al pizarrón, cambiaron los espacios en el aula y la manera de enseñar de los profesores, generando el interés de los estudiantes, según concluyen los investigadores. El trabajo se financió a través del programa Prociencia del Conacyt. La ex viceministra del MEC, docente de la UCA y una de las investigadoras de Areguá, Diana Serafini, brinda más detalles sobre esta innovación y de su visión acerca de la educación.
–¿En qué se basa el método que implementaron en las escuelas de Areguá?
–Se basa en el paradigma de la escuela activa que surgió ya hace varias décadas de la mano de educadores y pensadores que planteaban una nueva mirada al niño y la niña, como sujetos de su propio aprendizaje. Se los mira como personas capaces de producir conocimientos, de aprender, no como seres humanos con cerebros vacíos que hay que llenar de conocimientos. Otro eje es la experimentación como respuesta a esa educación rígida, inflexible, casi militarizada en términos de su formato. Los estudiantes recibían de los docentes conocimientos y palabras, hasta ideas. El niño es protagonista. En Paraguay el principal precursor fue Ramón Indalecio Cardozo.
–¿Y el rol del docente?
–Es como un facilitador del proceso, es diferente a ese rol del docente que todo lo sabe y que todo lo tiene que saber, que se para frente al alumno y que le enseña todo al que no sabe nada. Se plantea que el docente facilite el proceso de aprendizaje.
–Se suele pensar que así pierde “autoridad”…
–No tiene que ver con una pérdida de autoridad, a veces se confunde que cuando un docente es democrático va a perder la autoridad. El docente sigue siendo un docente, solamente que plantea el aprendizaje de manera diferente.
–¿Cuál es la diferencia con el enfoque tradicional?
–En el proyecto de Areguá trabajamos la idea de que el niño es un ser humano completo como niño o niña. Hay un paradigma tradicional muy instalado que le mira a la infancia como personas que alguna vez van a ser, como si fuera que son medias personas. No está mal pensar en el tipo de ciudadano que queremos construir, en lo que no se está de acuerdo es en que nosotros decimos que el niño hoy piensa y puede ser mejor persona, no mañana cuando termine recién el colegio.
–¿Qué tipo de cambios se hicieron en el aula?
–El espacio físico también puede ser un educador. Se le sacó al pizarrón la centralidad. No es el pizarrón lo más importante del aula, es el proceso de aprendizaje que se da. Se dotó a escuelas de materiales, cuentos, libros. Se hizo en el aula un rincón de lectura con una alfombra; un estante con libros mirando de frente y no de lomo, donde se ve la tapa del libro y te llama la atención; hasta la forma de disponer los libros puede ser pedagógico.
–Sobre la educación en general, ¿es necesario reformar la educación?
–Sí. Lo que vemos en la educación tanto en pruebas estandarizadas, pero también en lo cotidiano, es a ese niño que no se quiere ir a la escuela, esa cantidad de niños que repiten, niños y jóvenes que desertan, son alarmas en torno a que las cosas no están funcionando en la educación, no es algo nuevo, es así desde hace mucho tiempo. Es importante revolucionar la educación, tal vez hablar de una reforma nos lleva a una concepción más rígida, vinculada solamente a pruebas, pero cuando hablamos de revolución debemos ver la forma en cómo miramos al niño y al adolescente.
–¿Debe iniciarla solo el MEC o puede ser más abierta?
–Esto requiere nuevas políticas públicas, pero en la medida en que se construya más participativamente, se acerca más a la realidad y no solo a cuatro paredes. Tiene que ser un movimiento nacional.
UH