Con un poco más de sensatez y asumiendo el rol que le asigna la propia Constitución Nacional, el ministro del Interior, Juan Ernesto Villamayor, señaló hace unos días que hay que replantear la lucha contra el crimen fronterizo. Esto es a la luz de los últimos hechos de violencia que tienen el cariz del enfrentamiento de mafias que operan en los límites naturales entre Paraguay y Brasil.
Si bien se trata de choques entre bandas contrarias, muchas de ellas pertenecientes dentro de la red de grandes organizaciones criminales como el Primero Comando Capital (PCC) o el Comando Vermelho, no es menos cierto que muchas de sus víctimas son civiles e inocentes que nada tienen que ver con la guerra que libran estos delincuentes. Y es allí que el Estado paraguayo debe intervenir para cortar esta cadenainterminable de muertes que mantienen la frontera teñida de sangre.
Lamentablemente, esa extensa línea seca que nace en Pedro Juan Caballero, pasa por Zanja Pytã y Capitán Bado y va serpenteando hasta las remotas localidades de Canindeyú, como Ypejhú o Corpus Christi, es decir, toda la frontera seca que nos separa del Brasil, se ha convertido en el campo de acción de bandas criminales y narcotraficantes que utilizan este lugar prácticamente como una “zona liberada” o “tierra de nadie”.
No solamente es la frontera el puente ideal para el tráfico de drogas y armas al mercado brasileño oeuropeo, sino que además dadas sus características –inexistencia de controles, corrupción generalizada de la fuerza pública y la justicia, permeabilidad de las instituciones y autoridades al dinero sucio– es también un refugio adecuado para delincuentes y elementos indeseables procedentes de uno y otro lado del límiteinternacional. Las bandas criminales mejor organizadas del Brasil han echado sus bases en las áreas fronterizas, especialmente con Paraguay y Bolivia.
Y el temor a que puedan expandirse –empujados por el efecto Bolsonaro que busca neutralizar a estos grupos con acciones decididas de parte de las fuerzas regulares– es una amenaza real que amerita acciones desde elgobierno central.
Pero para que tenga eficacia la acción de las fuerzas de seguridad en el combate a este flagelo debenconcurrir varios factores. En primer lugar, es fundamental una estrategia compartida con el Brasil. Nada más fácil para los traficantes o asaltantes que cometer el delito y cruzar de inmediato al otro lado de la frontera y perderse irremediablemente de sus perseguidores.
Mientras no exista una estrecha coordinación de la Policía y la Fiscalía paraguayas con sus contrapartes brasileñas, la frontera continuará siendo un territorio de libre tránsito para los criminales. En segundotérmino, es de crucial importancia emprender una radical depuración de la Policía, del Ministerio Público y de la Justicia en la zona. El crimen organizado transnacional prospera y se expande a la sombra de la corrupción de los funcionarios públicos y de las autoridades.
Si bien los actos de violencia parecen circunscribirse de momento al ámbito de los grupos criminales y mafiosos, lo cierto es que estos hechos acaban por afectar al conjunto de la sociedad, por lo menos en forma indirecta. Una zonacon tasas tan altas de homicidios no puede nunca resultar atractiva para las inversiones y las actividades económicas, por ejemplo.
Al contrario, aunque se limite a una “guerra de delincuentes”, este ambiente termina por expulsar incluso a las empresas y a la población ya arraigada en el área. Nadie puede prosperar en una atmósfera donde se respira el miedo, la corrupción y la sospecha.
El replanteamiento de la lucha contra el crimen organizado como lo expone Villamayor exigeademás vigorosos planes y programas de expansión económica, generación de empleo y extensión de los servicios públicos. A la par que se persigue a los delincuentes, es indispensable construir la paz.
Es mucho lo que el Paraguay se juega en este problema: se trata sencillamente de recuperar la soberanía en un territorio del que hoy se adueñaron los narcotraficantes. Si no se actúa ahora con medidas tajantes y contundentes, los paraguayos lamentaremos en poco tiempo niveles de violencia y de corrupción inéditos en nuestra historia. LA NACION