Una de las verdades menos publicitadas de la economía es que los milagros económicos, si bien tienen buena prensa, están sobrevaluados. Es una verdad que podría ayudarnos a entender mejor las perspectivas de países en vías de desarrollo como China.
Una de las verdades menos publicitadas de la economía es que los milagros económicos, si bien tienen buena prensa, están sobrevaluados. Es una verdad que podría ayudarnos a entender mejor las perspectivas de países en vías de desarrollo como China.
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La mayor parte de los países más ricos y mejor gobernados del mundo llegó a ese lugar sin fuertes ráfagas de crecimiento. Dinamarca, que tiene un ingreso per cápita de alrededor de US$52.000 y al que con frecuencia se califica de uno de los países más felices del mundo, nunca experimentó lo que todos llamarían un milagro económico. Si se googlea esa frase, la principal entrada será un trabajo de investigación que detalla cómo en la década de 1990 el país redujo el desempleo sin tener que desmantelar su estado de bienestar.
La historia económica de Dinamarca es en extremo aburrida. Entre 1890 y 1916, el crecimiento per cápita promedió alrededor de 1,9 por ciento por año, y si en 1916 se hubiera pronosticado que ese ritmo continuaría durante otros cien años, sólo se habría errado por alrededor de US$200. Dinamarca tuvo un crecimiento positivo aproximadamente el 84 por ciento del tiempo y ninguna recesión profunda, según un reciente estudio de Lant Pritchett y Lawrence Summers.
También pueden considerarse los Estados Unidos, donde el ingreso per cápita superó el de Latinoamérica en el siglo XIX, principalmente gracias al estancamiento de ésta. El ritmo del crecimiento de los Estados Unidos en ese momento estaba habitualmente por debajo del 2 por ciento, y aún más bajo hasta 1860, nada impresionante comparado con el ritmo de China o India en la actualidad o siquiera con el estadounidense actual. La gran ventaja de los Estados Unidos es que evitó grandes catástrofes durante largos períodos, aparte de la Guerra de Secesión, y que impulsó un progreso constante.
El estancamiento latinoamericano del siglo XIX, aparte de desperdiciar un tiempo valioso, dejó a buena parte de la región con una infraestructura más débil, sistemas educativos deficientes y una política más disfuncional, todo lo cual hizo que fuera más difícil ponerse al día con rapidez en el siglo XX.
El crecimiento lento no significa que los Estados Unidos o Dinamarca fueran fracasos en el siglo XIX. A las economías que están en o cerca de la frontera tecnológica les resulta difícil mejorar el nivel de vida rápidamente porque la invención suele ser más lenta que avanzar mediante el préstamo de tecnologías de países más ricos. Ese préstamo de know-how, junto con las exportaciones y las rápidas inversiones en educación e infraestructura, fue lo que luego permitió a los tigres asiáticos de Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur y China alcanzar ritmos de crecimiento de entre 8 y 10 por ciento anual.
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Si se es un inversor, la experiencia de Dinamarca y otras historias de crecimiento “nada impresionantes” proporcionan pistas sobre el futuro de los países en vías de desarrollo. El modelo de crecimiento del este asiático, a pesar de sus maravillas, ya pertenece al pasado. Sin prisa y sin pausa parecería ser la única opción. Por los motivos que sean, pocos países han podido aumentar sus éxitos educativos con la rapidez de los tigres del este de Asia. El crecimiento del comercio, que superó el incremento de la producción total a fines del siglo XX, ahora parece estancado. Muchas industrias de exportación están automatizadas y, por lo tanto, no crean tantos empleos de clase media como antes.
En otras palabras, el mundo actual podría parecerse más al siglo XIX que a las últimas décadas. Eso podría significar ritmos de crecimiento bajos, privilegiar la estabilidad, pocas grandes alternativas –o ninguna- y un momento para invertir en calidad institucional. Sin duda la democracia estadounidense funcionaba mejor para principios del siglo XX que durante la presidencia de Andrew Jackson, y eso contribuyó a que el país hiciera frente a sus crisis posteriores.
Lo que también resulta llamativo del siglo XIX es que algunos países, como China e India, no avanzaron. De hecho, sus economías se contrajeron durante períodos prolongados. Tuvieron mala suerte, instrumentaron malas políticas y padecieron la opresión colonial e imperial. Con frecuencia, los gobernantes extranjeros estaban más interesados en controlar que en producir bienes públicos para la ciudadanía.
En la próxima generación, las economías emergentes podrían volver a esos patrones del siglo XIX. Aprenderán a construir sin prisa y sin pausa o es muy posible que retrocedan.
Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la comisión editorial, la de Bloomberg LP ni la de sus propietarios. 5DIAS