Todo lo vivido en los primeros años de vida afecta considerablemente en la etapa adulta. Las experiencias dolorosas y traumáticas, a menudo se conocen como heridas de infancia, que pueden tener un impacto duradero en la vida adulta de una persona.
“Los niños son como esponjas, absorben todo lo que aprenden de su entorno”, bajo esta premisa es importante saber que el carácter de los niños se forma desde que son pequeños. Y es aquí donde se debe dar mayor énfasis sobre cómo son tratados, qué consumen, qué observan y qué aprenden.
Sea una experiencia buena o mala, los marcará por el resto de sus vidas, pero si lo que viven es negativo, repercutirá no solo sobre sus comportamientos, sino que, además, sobre su autopercepción, de cómo manifestarse y tratar a los demás.
“Los traumas son heridas emocionales a consecuencia de sucesos trágicos dolorosos o angustiosos vividos por una persona. Muchos de estos traumas fueron sucesos que formaron parte de la infancia o edad adulta. La misma manera genera una cicatriz emocional, que deja consecuencias en su vida, en algunos casos, de mayor o menor impacto en la vida”, explicó la psicóloga Paola Zapata, en diálogo con HOY/Nación Media.
Ahora bien, sabemos que el carácter de la persona cambia a lo largo de la vida, debemos tener en cuenta que, cada etapa pone los fundamentos de la etapa sucesiva.
Así pues, de los 0 a los 6 años es el periodo más importante pues, de este depende que exista un desarrollo adecuado sobre la vida mental y la inteligencia.
Si durante la concepción, la gestación, el nacimiento, y el periodo siguiente, el niño ha sido tratado de manera apropiada, a la edad de seis años deberá ser un niño con un comportamiento idóneo, podrá formar una consciencia moral y tendrá la capacidad de diferenciar lo positivo de lo negativo.
De esta forma, al llegar a la etapa de 12 a 18 años, surgirá en la persona el amor propio, el interés por pertenecer a un grupo y el del honor del mismo.
No obstante, la profesional indicó que, dichas heridas pueden sanar y curarse con el paso del tiempo, como una cicatriz puede permanecer ahí y no generar dolor. “En otros casos no sanan y pueden seguir sangrando o generando el mismo dolor”.
Existen varios traumas que podrían afectar a la vida de una persona
• Rechazo en el seno familiar o en el colegio.
• Situaciones de violencia física o verbal en casa o en el colegio (bullying).
• Maltrato físico o psicológico por parte de los padres o en el colegio.
• Abusos sexuales.
• Humillaciones y vejaciones de cualquier tipo (físicas o verbales, incluyendo insultos).
• Negligencia en el cuidado por parte de los progenitores.
• Disfunciones, en general, en el seno familiar (por ejemplo, abuso de alcohol o de drogas por parte de los padres).
• Pobreza y exclusión social.
• Presenciar violencia física o verbal en el seno familiar (por ejemplo, violencia de género).
• Situaciones estresantes y sensación de inseguridad, por la incapacidad de los padres de gestionar conflictos.
• Separaciones o divorcios que no respetan las necesidades de los niños.
• Fallecimientos repentinos.
• Duelos patológicos.
• Desastres naturales u otro tipo de catástrofes (como una guerra).
“Muchas personas no son conscientes de que algunos problemas de conducta o pensamiento podrían ser causa de algún trauma no identificado, y que pueden ser algunas de las causas de las inestabilidades emocionales, problemas de conducta, de autoestima, de ira, mala gestión de la frustración, somatizaciones, problemas sexuales”, afirmó Zapata.
En ese contexto, detalló que, algunas heridas de infancia – que marcan nuestra vida adulta – se esconden detrás de máscaras, en ciertas ocasiones son utilizadas como mecanismos de defensa o formas de encajar.
La herida del abandono: la máscara del ‘ser dependiente’
Su peor enemigo es la soledad, ya que esto fue lo que más vivió en su infancia y teme volver a pasar. Es ese mismo temor a la soledad lo que hace que esta persona, cuando se encuentra en pareja, viva una ansiedad constante.
El miedo al abandono también puede generar en el adulto la falta de compromiso, por miedo a que, si se comprometen, lo abandonen.
La herida del rechazo: la máscara “del ser huidizo”
El miedo al rechazo es unas de las heridas más profundas en la infancia, ya que esta genera en el adulto el miedo a ser rechazado. En gran parte no se sienten merecedores de afecto, viven con una constante culpa, difícilmente dan el primer paso en tomas de decisiones o conversaciones.
Pero está el otro polo, donde algunos con este tipo de herida utilizan como revancha y se convierten en seres despreciativos con los demás y los hacen de menos como un mecanismo de defensa.
La herida de la traición: la máscara “del controlador”
Esta herida construye personas que quieren tener todo bajo control y por lo general son desconfiadas, ya que nunca nadie podrá hacer las cosas mejores que ellas, además de tener poca tolerancia.
La herida de la injusticia: la máscara “del ser rígido”
Una persona con esta herida presentará una vida estructurada y con una necesidad constante de perfeccionamiento demostrando la falta de seguridad a la hora de tomar decisiones.
Para sanar es importante que uno identifique y reconozca la herida que lo marcó en su niñez, un proceso bastante complejo, ya que los efectos de estas heridas pueden manifestarse de diferentes maneras y variar de una persona a otra.
“Es importante reconocer y sanar estas heridas para vivir una vida plena y saludable. Hacer terapia con un trabajo personal puede ser una herramienta valiosa para abordar estas heridas, explorar su origen y encontrar formas de sanar y transformar nuestras experiencias pasadas”, puntualizó la entrevistada. HOY