“El triángulo de la droga” que forman las aldeas colombianas de Guerima, Chupave y Puerto Príncipe marcó su historia por la producción cocalera que promovió el capo Carlos Lehder y que después perpetuaron las FARC; ahora, a las puertas de la paz, intentan borrar su mácula con cultivos de cacao.
Foto: El Confidencial.
EFE
Llegar hasta Guerima, a las puertas de la Amazonía en el departamento del Vichada, es una aventura en sí misma que requiere aterrizar en un aeródromo improvisado casi imposible de ver desde el cielo entre los árboles.
Las pistas sin asfaltar fueron trazadas por los narcotraficantes que lo usaron como vía de escape para una coca que ellos mismos llevaron hasta allí.
Tal y como los antioqueños hicieron desde el siglo XVIII con el café en el centro del país, Lehder llamó a colonos de todo el país para que roturasen la montaña y plantaran en el también llamado “triángulo negro” la hoja con la que se lucraba.
La empresa, que iba mucho más allá de lo legal y se aprovechó de los campesinos sin tierra, dio sus frutos hasta tal punto que la coca llegó a convertirse en la moneda de cambio entre unas gentes acostumbradas al trueque.
Todavía hoy funciona y en los comercios aceptan gramos de pasta base de coca, cada uno de los cuales valoran en 4.000 pesos (algo más de 1,3 dólares).
Sin embargo el sistema está en decadencia, ya que un paquete de cigarrillos cuesta 3,5 gramos o 5.000 pesos colombianos (1,66 dólares) si optan por la medida legal, según explicaron los vecinos.
“Hace un año que no cojo gramos, si no me pagan en efectivo no acepto”, comenta Gian Hernando García, uno de los vecinos que llegó hasta Guerima por la llamada de la tierra prometida y que optó por no unirse a la cultura de la ilegalidad.
Para llegar hasta este punto de decadencia de la producción de coca fue necesario primero una dura acción militar que terminó con la presencia primero de Lehder, extraditado en 1987 a EE.UU., donde paga una dura condena por narcotráfico, y con la muerte, años después, del “Negro Acacio”, alias de Tomás Medina Caracas, considerado como el principal narcotraficante de las FARC.
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El “Negro Acacio” murió a pocos kilómetros de Guerima en una operación de la Fuerza Aérea y el área quedó bajo el concepto militar de “zona gris”: una región sin presencia de enemigos pero en cuyo corazón todavía no ha anidado el Estado.
Fue entonces cuando el Ministerio de Defensa lanzó una campaña para poder asentar allí las instituciones, para ello lo primero era implantar una cultura de la legalidad que desterrara para siempre la coca.
En los años duros de la coca se estima que había unas 3.000 hectáreas sembradas con ese cultivo ilícito, en 2015 eran unas 600 y el Ministerio espera que para 2019 hayan desaparecido por completo.
Para ello fue fundamental la llegada de un plan de sustitución de cultivos que promueve que los campesinos planten cacao.
Esta semana ya mandaron la primera cosecha, un hecho sin precedentes que cuenta con el apoyo fundamental de la Fuerza Aérea y de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC).
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“Llevo trabajando con la coca 25 años. Me movió a dejarla la falta de recursos para trabajarla. El cacao es una garantía muy buena, es plata fina”, comenta a Efe Prudencio Salgado, uno de los campesinos que se unió al programa de sustitución de cultivos el mismo día que vio cómo salía de Guerima la primera producción.
El inicio de su camino hacia la plantación de cacao fue la dificultad para acceder a los insumos necesarios que precisa la coca al ser expulsados los narcos por las fuerzas militares.
“Ya no se podía trabajar, todos los insumos y materiales para elaborarla son muy caros y no se encontraban por aquí. Perdí hasta la familia”, confiesa Salgado.
Para él, poder seguir su ruta hacia la legalidad depende en buena medida de la llegada de las infraestructuras básicas hasta su pueblo, desde el que tarda unas 12 horas en llegar hasta Cumaribo, cabecera municipal de Guerima.
Mientras suena de fondo música propia del cine mudo de los años 30 y 40 que contrasta duramente con el paisaje, el campesino que ha optado por cambiar su vida le pide al Gobierno que no se olvide de ese “rincón del país”.
Ese es uno de los temores que tienen los campesinos que miran con esperanza el pacto alcanzado entre el Gobierno y las FARC para promover una reforma integral del campo como parte del acuerdo de paz.
Mientras todo ello sucede, los campesinos comienzan a cambiar su vida, el cacao crece próspero en el suelo fértil, los militares patrullan para que nadie supla a las FARC que ya se fueron y todavía se puede pagar un refresco con coca, aunque compensa hacerlo en pesos.
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