Se diferencia con el actual , ademas de otras muchas cosas, en que el soldadito de la Guerra del Chaco llevaba además una bolsa de víveres de género cruzada al hombro contrario, con el vaca’i y la dura galleta cuartel. Además tenía una porta cartuchera colgada del cuello con dos cartucheras cargadas de proyectiles 7.65. La estatura del soldado del Chaco cuanto menos 10 centímetros menor, su dentadura casi siempre era deficiente. Y el uniforme en general, nunca había conocido la plancha. La escarapela en el sombrero no existía; el sombrero llamado “mbeju” era la personificación de la anti-elegancia.
Recuerdo una anécdota, publicada en un periódico local, según la cual, una delegación de militares extranjeros, latinoamericanos y quizá algún europeo visitaron el frente de guerra para observar los detalles de un ejército que había ejecutado increíbles hazañas.
Los oficiales extranjeros llevaban uniformes impecables, algunos lucían condecoraciones, sus botas altas bien lustradas contrastaban con los rústicos zapatones de los oficiales paraguayos.
Miraban con curiosidad a las tropas paraguayas formadas cerca de las trincheras. Miraban los detalles y cuchicheaban entre si comentarios. Un soldadito paraguayo salió a expresar a sus compañeros: “oimene ko’aã gringo hetama ocalcula moõ guarépa la ñánde uniforme” provocando la hilaridad entre los soldados que rieron con ganas, mostrando su dentadura que no conocía el dentífrico. El paraguayo acostumbra hasta ahora burlarse de sus propios defectos y desgracias. Y así ganamos la guerra.
Recuerdo mi lejana infancia, durante la Guerra del Chaco. En aquel tiempo yo cursé dos años de kindergarden y un año de la primaria, a lo largo de la guerra. Era en la Escuela Normal, calle 25 de Noviembre y Gral. Díaz.
Nunca pagué un solo centavo por el servicio que el estado prestaba en los seis grados de la primaria. Es asombroso el hecho de que todas las escuelas funcionaran normalmente, en forma gratuita, en medio de todo el inmenso sacrificio económico y personal que estaba haciendo el Estado y el país para el esfuerzo de guerra.
Es maravilloso el resultado de la unión de todos los paraguayos, sin excepción, apoyando a un gobierno que defiende una causa nacional.
La mujer paraguaya, que el pueblo mantiene en un altar de admiración (léase la música paraguaya), remplazó a su compañero en las duras faenas de la chacra, y se produjo el milagro increíble de que la producción agrícola durante la guerra, lejos de disminuir, ¡aumentó!
Recuerdo que mi madre recibía de la Intendencia de Guerra, montones de trabajos para ejecutar en la máquina de coser, para los soldados del frente. Además, tenía su ahijado de guerra, a quien solo conocía de nombre y a quien enviaba a menudo encomiendas con cartas, en un cajoncito de madera fina, fabricado quien sabe por quién en grandes cantidades que se vendían a las numerosas madrinas de guerra.
Recuerdo que cierta vez, mi madre se encerró en el baño a llorar. Le anunciaron que su ahijado había muerto.
Manuel Vargas Talavera (MEMORIAS DE LA GUERRA DEL CHACO)