EL SAQUEO DE ASUNCIÓN
Hace 148 años, en los primeros días de enero del año 1869 la ciudad de Asunción era ocupada por los ejércitos invasores y saqueada para provecho de éstos, de comerciantes y vivanderos de diversas nacionalidades que lucraban con la desgracia del pueblo paraguayo. Para entonces, la capital ya se había trasladado dos veces, primero a la Villa de Luque y después, a Piribebuy en las Cordilleras.
Héctor Francisco Decoud, testigo presencial de la mayoría de los sucesos en su obra “Sobre los escombros de la guerra: una década de vida nacional (1869-1880)” relata con crudeza estos desmanes y excesos, retratándolos como lo que efectivamente fueron: pillaje y piratería como nunca antes se había visto en esta parte del continente, siendo el puerto de Asunción su principal escenario.
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Dos días después de la ocupación de la Asunción por los ejércitos aliados, primeramente los vapores, luego los buques a vela y finalmente las chatas, comenzaron a salir aguas abajo, cargados de frutos, maquinarias, muebles y objetos de valor.
Llegó el entusiasmo del saco (buena presa) a tal punto, que en pocos días desapareció por completo el movimiento fluvial, quedando la anchurosa bahía de la Asunción, limpia de los innumerables buques que seguían a la escuadra aliada, abasteciéndola de mercaderías y forrajes por cuenta de la proveeduría y de los vivanderos.
El acarreo del fruto del saqueo al puerto, seguía sin solución de continuidad, tanto de día como de noche; mas, como las noches oscuras dificultaban la celeridad de las operaciones, por no contar entonces la ciudad con alumbrado público, se recurrió, para obtenerlo, a un procedimiento que, a la vez de ser original, reviste los caracteres de una premeditada maldad. Todas las casas de fácil combustión que se encontraban en los alrededores del puerto, ardieron, en noches sucesivas, en holocausto a la diosa Vesta, y, al resplandor de las siniestras llamaradas del incendio se consumaba la obra nefasta de saqueo y destrucción.
Despojada así la Asunción de todo lo más preciado que excitaba la voracidad de los invasores, se iniciaron los trabajos de cateo en busca de los tesoros y joyas enterrados en las casas. Se hicieron grandes excavaciones, derrumbamientos de paredes, con la doble intención de hallar los valores, y de arrancar las puertas y ventanas con que alimentar el fuego en los ranchos de soldados y en las cocinas de los particulares. Como complemento de todo esto, llenaron sus paredes de toscos y obscenos dibujos, a semejanza de los que se encuentran en Pompeya en la casa de Vetti, tratando de excusar estas groserías, con la siguiente inscripción, hecha con grandes caracteres: “peores fueron los paraguayos en Uruguayana y Corrientes”.
Había escapado al conocimiento de los invasores cateadores la existencia de dinero y joyas depositada en la legación de los Estados Unidos de Norte América, la cual se encontraba instalada en la casa Nro. 95 de la calle Justicia, hoy General Díaz, con las puertas lacradas. Mas, tan pronto como de ello fue informado el marqués de Caxías, éste se incautó de todos los cofres que constituían aquellos depósitos. Todo cayó en manos de los aliados !
El programa no estaba cumplido. Faltaba algo que, por lo monstruoso, supere a lo ya descrito, para horror de la civilización y repugnancia de la conciencia del mundo entero. El doloroso epílogo estaba reservado a la fosa de los muertos. Se lanzaron sobre las tumbas que guardaban los restos queridos en los cementerios de la Encarnación y de la Recoleta y exhumaron los cadáveres, removieron y rasgaron los sudarios para despojarlos de las prendas de valor con que muchos deudos acostumbraban enterrar a sus difuntos.
Dos años después de consumados estos hechos vandálicos y, cuando ya se creían relegados al olvido, el gobierno del Brasil se apercibió de la existencia de fondos provenientes de la venta hecha en Buenos Aires, de una parte de la buena presa, y depositados en el Banco de la Provincia de la misma ciudad. Entonces exigió que, de acuerdo con el convenio de junio de 1869, se procediese a la repartija correspondiente.
La indignación se mantuvo latente hasta muchos años después, aún entre los mismos componentes de las fuerzas invasoras, como se ve por la publicación hecha en el periódico “La Regeneración” un año más tarde, por el súbdito brasileño al servicio del Ejército Imperial, doctor Juan Adriano Chaves, en contra del Cónsul del Brasil, Juan Totta, ocultado bajo el anónimo de “un curioso” que escribió:
“Se pide al señor Juan Totta que se digne manifestarnos quién es aquel que embarcó todas las mercaderías y muebles de las casas de Chirife y Neumann, situadas en la calle de la Estrella, cuando él tomó posesión de estas dos casas, al entrar en la Asunción”. Crrrrr!
(un curioso)
FUENTE: “Sobre los escombros de la guerra: una década de vida nacional (1869-1880)” de Héctor Francisco Decoud. Primera edición año 1925. Edición Facsimilar de Servilibro, Asunción, 2015 en base a la digitalización de la obra por parte de la Biblioteca Nacional.
IMAGEN: El puerto de Asunción en 1869 durante la ocupación aliada / Biblioteca Digital, BNRJ.
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