Ahora, y desde hace semanas, todos nos hacemos la misma pregunta: ¿Hasta cuándo durará esto? ¿Cuándo acabará la situación de excepcionalidad que vivimos a raíz del Covid-19? En este artículo, tratamos de responderla, repasando algunos de sus aspectos más importantes.
Nadie tiene la respuesta. Empecemos por ahí. Es muy difícil concretar cuándo llegará el fin del coronavirus, porque hasta el momento no hemos vivido nada parecido. Bien es cierto que ha habido otras epidemias durante las últimas décadas, sí, algunas letales, pero ninguna ha producido los efectos tan devastadores que ha provocado y está provocando el Covid-19.
Para contestar a cuándo llegará el fin del coronavirus, desde Blogthinkbig.com tomamos como referencia y analizamos un extenso artículo publicado en The Atlantic hace escasos días, escrito por el periodista Ed Yong, en el que examina con detalle esta cuestión. Allá vamos.
El virus no va a desaparecer
Primero de todo, el Covid-19 es un virus y, como sucede con el resto, es muy difícil que desaparezca por completo. Superado, por fin, el actual brote, es muy probable que surjan otros nuevos, como ocurre, por ejemplo, con la gripe, que aparece cada año en invierno.
Sin embargo, su impacto en nuestra sociedad no será el mismo que ahora. Con el tiempo, y con las nuevas herramientas creadas para responder a él, podremos combatirlo mejor. Nuestro sistema inmune estará más acostumbrado, además de que contará con la inestimable ayuda de las vacunas, en las que numerosos países están investigando ya. Quizá, también, con medicamentos.
Los escenarios posibles del fin del coronavirus
Si no se puede eliminar, vamos a centrarnos en controlarlo. Según Yong, la pandemia puede terminar de tres maneras posibles.
Una es que todos los países consigan controlar su propagación simultáneamente, evitando así contagios masivos. Es lo que se hizo en 2003 con el SARS, aunque la gravedad y la extensión del Covid-19 son considerablemente mayores. La gran dificultad que entraña este escenario es que si en unos países se hace y en otros no el esfuerzo puede ser en balde. “Un viajero infectado podría encender chispas allí donde el incendio está casi apagado”, resume Yong, en referencia a que podría volver a extenderse. Asimismo, la cualidad del Covid-19 de contagiar a una persona y que ésta no manifieste síntomas hasta bastante tiempo después, complican la labor.
La segunda opción es la que denomina “inmunidad colectiva”. Es la opción más rápida para solucionar el problema, pero también la más mortal. Implica “hacernos” resistentes al coronavirus: que éste se expanda y que, de manera natural, sea nuestro propio sistema inmune el que lo combata, creando anticuerpos. El gran riesgo es el gran número de víctimas que puede granjearse: la epidemia dejaría de ser un problema, sí, pero muchas personas morirían. A pesar de ser una forma empleada con muchas enfermedades, como la gripe, los índices altos de contagio y mortalidad del Covid-19 hacen que se descarte de forma tajante.
La tercera vía es la más lenta, aunque la más segura. Consiste en esperar a tener la vacuna operativa. El inconveniente es que, en el mejor de los casos, las vacunas estarán listas en un tiempo de entre 12 a 18 meses, el periodo necesario para comprobar su eficacia. A esta cantidad habría que sumarle el tiempo de la fabricación a gran escala y la difusión.
Actualmente, se están aplicando la primera y la tercera. La mayoría de los países ha establecido medidas severas para frenar y reducir la ola de contagios. De manera casi simultánea en todo el mundo. Mientras tanto, investigadores públicos y privados trabajan para encontrar una solución científica al coronavirus.
De 12 a 18 meses. ¿Estaremos encerrados hasta 2022?
Siguiendo con esta lógica, Yong hace la siguiente reflexión. Si las vacunas tardan entre 12 y 18 meses en comprobarse, y son la mejor opción conocida para derrotar al virus, “¿estaremos en casa, en cuarentena, hasta 2022?”.
Por suerte, esta posibilidad es muy remota. Tanto tiempo de aislamiento domiciliario, sin duda, ayudaría a evitar contagios, pero sería insostenible a otros niveles: la economía y la salud psicológica de los ciudadanos se verían gravemente afectadas. El remedio sería peor que la enfermedad.
Introducimos “dos propiedades del virus que aún se desconocen, pero que son decisivas” en esta cuestión de fechas, según apunta Wong. A saber: la estacionalidad y la inmunidad.
El verano, clave en el fin del coronavirus
“Vamos a esperar a ver qué pasa en verano”, responde Maia Majumder, profesora en la Facultad de Medicina de Harvard y médico en el Hospital de Niños de Boston. “Los virus suelen ser afecciones de invierno”, explica: el calor dificulta su vida, por lo que es bastante probable que el coronavirus disminuya, de forma natural, en los próximos meses.
Otra clave: la inmunidad
Del mismo modo que el verano y el calor, destaca también la importancia de “la inmunidad” para el fin del coronavirus. Por una parte, “los científicos necesitan realizar pruebas para determinar cuáles son los anticuerpos que confieren inmunidad e impiden el contagio propio y ajeno”. Esto sería de gran utilidad para el posible tratamiento.
Por otro lado, “conocer el tiempo durante el que las personas contagiadas son inmunes a contagiarse otra vez de Covid-19 servirá para adoptar otro tipo de medidas”. Por ejemplo, conocemos que los afectados por el SARS -mucho más grave, pero menos contagioso- permanecieron inmunes al virus durante más de un año. “De descubrirse algo así, los inmunes podrían volver al trabajo, cuidar a los vulnerables y sostener la economía durante los periodos de distanciamiento social”. Esto evitaría unas consecuencias económicas aún más desastrosas, a la espera de la vacuna.
¿Más periodos de cuarentena?
¿Será necesario prolongar el tiempo de cuarentena, entonces? Todo depende de la evolución del virus, que ahora no podemos más que vaticinar. En muchos países, como en Italia, ya ha comenzado la fase de descenso, en la que el número de contagios desciende respecto a días anteriores. De la misma manera, en España, se cree que empezamos a entrar en esta fase también.
¿Pero descenderá hasta su eliminación total? Como mencionamos al principio, un virus no desaparece por completo. Aunque sí suelen ser estacionales, y en meses calurosos, por ejemplo, no aparecen o, al menos, disminuyen. Debemos tener en cuenta estos factores.
En caso de que el próximo invierno regrese la epidemia, ¿volveremos a hacer cuarentena?, se pregunta Yong. ¿O alargaremos este periodo hasta que, definitivamente, no haya riesgo de contagio?
Al respecto, Stephen Kissler, investigador postdoctoral en la Universidad de Harvard, opina que “debemos estar preparados para hacer múltiples periodos de distanciamiento social” hasta que haya vacunas y tratamientos disponibles.
Una alternativa a la cuarenta actual “más ofensiva que defensiva”
Siguiendo con esta lógica, la economía se vería gravemente afectada. Para tratar de mitigar sus efectos, Aaron E. Carroll y Ashlish Jha consideran que, una vez controlado este brote, “podemos jugar más ofensivo que defensivo”. Es decir, no aplicar una cuarentena a todo el mundo, parando la economía, sino “hacer vida normal”, aislando solo a los enfermos.
Esto supondría que las escuelas y las empresas estarían abiertas y funcionando con normalidad. En todo momento, se realizarían controles para identificar a los enfermos. A ellos, sí se les aislaría: se les impondría la cuarentena de manera obligatoria. Y en caso de que la situación se desbordara, como ahora, con una cantidad ingente de afectados, las escuelas y empresas deberían estar preparadas para cerrar rápidamente.
Es, de alguna forma, una opción similar a la que propone Yong cuando se refiere a los inmunes. Pero en su caso, se refiere a que sean las personas ya contagiadas e inmunes durante cierto tiempo las que realicen vida normal, sosteniendo la actividad económica.
Realizar pruebas para localizar a los enfermos
En cualquiera de los dos casos, ambas pasan por una detección de los contagios que en la mayoría de los países no se está haciendo actualmente. En cambio, tenemos los casos de China, Singapur, Corea del Sur y Hong Kong que, desde el principio de la crisis, aplicaron este sistema para comprobar más rápido quiénes estaban afectados por el virus y quiénes no.
Detener al Covid-19: acumulación de inmunidad y vacunas
Es evidente que la cuarentena no es una solución agradable para nadie, aunque sí es eficaz para evitar la avalancha de contagios y el colapso del sistema sanitario. El debate y la búsqueda de sus alternativas están sobre la mesa, aunque se necesita, primero, que descienda el número de personas enfermas, situación que ya está ocurriendo.
Después, se irá acumulando inmunidad de manera colectiva. Junto a ello, las vacunas. Los países son conscientes de la importancia del desarrollo de una vacuna efectiva y por eso están invirtiendo grandes cantidades de dinero. Las grandes compañías farmacéuticas participan en esta carrera global y a contra reloj, de cuyo resultado todos nos beneficiaremos. De su evolución dependerá que podamos tener estimaciones más precisas sobre el fin del coronavirus. Pero aún es pronto para aventurar datos concretos, aunque, eso sí, tenemos la certeza de que se está trabajando desde numerosos frentes.
Escrito por Javier Menéndez Sánchez