El oficial Julio Díaz ya era un investigador sobresaliente cuando subió al Chevrolet Vectra conducido por el subteniente de Artillería Rubén Darío Colmán, que estaba consternado por la desaparición de su novia Luz María Ruiz Díaz Subeldía, que estaba siendo buscada por la policía luego de su misteriosa desaparición ocurrida el miércoles 20 de noviembre de 2002.
La vida de una joven quedó truncada en el 2002 por los celos de su novio.
La vida de una joven quedó truncada en el 2002 por los celos de su novio. Archivo.
Colmán habla con el oficial Díaz y otros uniformados como si nada pasara y recorren las casas de amigas y conocidas de su novia, la universidad donde asistía, en busca de alguna pista.
Lo que ninguno de los ocupantes del vehículo sospechó en ese momento es que en la valijera yacía el cuerpo de la joven que fue secuestrada y asesinada por Colmán, en medio de un ataque de celos.
Martes 19: Una noche antes de la tragedia. Luma, como la llamaban sus cercanos, cortaba una y otra vez las llamadas que le hacía Rubén Darío, que no aceptaba la decisión que había tomado la mujer de terminar con la relación. Esa noche durmió aliviada creyendo que se había liberado de un yugo de más de 4 años que fue su noviazgo y que nunca más quería volver a tener algo con él.
Al día siguiente, tras desayunar con su madre, salió de su casa del barrio Calle’i para realizar su caminata de rutina.
Su figura esbelta que le permitió ganar un concurso de belleza en la universidad, no pasaba desapercibida para los que la veían pasar con su paso elegante. Varios testigos no dudaron en relatar a los investigadores que la vieron subirse a un automóvil Chevrolet Vectra color marrón. Desde esa mañana ya nadie supo de ella.
11.00 horas. Los padres de Luz María van hasta la Fiscalía de San Lorenzo a realizar la denuncia por desaparición; desde entonces tomó la posta de la investigación la fiscala Blanca Agüero.
Su madre, Matilde Subeldía, llamó al subteniente Colmán, que en ese momento residía en Paraguarí, para contarle la noticia y le pidió que venga a San Lorenzo para colaborar con la búsqueda; el subteniente asintió. “Como los familiares lo llamaron, no tuvo tiempo de enterrarla esa noche. Por eso, al día siguiente vino otra vez a San Lorenzo con el cuerpo”, recordó la fiscala, que admitió que, por ese entonces, nadie imaginaba el fatal desenlace.
El militar se comportó de maravillas, acompañó a sus ex suegros, puso a disposición su automóvil para visitar a amigas de su novia y hasta rezó compungido con los familiares y vecinos rogando por la pronta aparición de la joven, cuando él ya tenía planeado enterrarla esa misma noche a unos 50 kilómetros, a la vera de un cerro, en Paraguarí.
“¿Sospechás de mí, doctora?” Pasaron los días y la desesperación comenzó a tomar fuerza y llamó la atención la actitud del militar, quien en secreto y con la ayuda del taxista Luis Carlos Espínola enterró el cuerpo en una zona despoblada, rellenó el hueco con arena y piedra para que no tenga olor. Todo fríamente calculado.
Luego se bañó, se perfumó y volvió a San Lorenzo para encontrarse con la fiscala que investiga el caso. “Le pregunté por qué había desaparecido y me dijo que fue a Paraguarí a buscar a familiares de su novia. Comencé a interrogarlo y me dijo: ‘¿Vos sospechás de mí, doctora?’, y ahí comenzamos a poner el foco en él”, reconoció la fiscala.
El taxista Espínola había huido de su casa en Paraguarí y era buscado por la Policía. Abrumado, contactó con la fiscala Agüero a través de un emisario. Pidió garantías para entregarse y contar todo.
El 26 de noviembre, él mismo hizo de guía para hallar el cuerpo. Aseguró que fue obligado por Colmán, autor moral y material del hecho, quien fue condenado a 20 años de cárcel, pena que cumple hasta ahora en la penitenciaría La Esperanza. Antes estuvo en el penal militar de Viñas Cué, de donde salió recién cuando la sentencia quedó firme y fue dado de baja. Al taxista le dieron un año. UH