El presidente Cartes tiene razón cuando advierte que hay un peligroso agitador desestabilizando su Gobierno. El jefe de Estado habla con la verdad. Solo los apátridas pueden tener dudas sobre los estragos que están causando los encendidos discursos de este personaje que claramente pretende ejercer algún tipo de liderazgo en un escenario que no es el suyo, perjudicando arteramente el equilibrio del poder.
Este azaroso desestabilizador ha logrado borrar cualquier mérito obtenido por el gabinete de Cartes a fuerza de imponer en la agenda mediática sus permanentes dislates. El panfletario de marras, empeñado en arruinar el nuevo rumbo, parece atinar siempre a meter su cuña justo cuando la Administración Cartes acaba de acometer alguna acción digna de ser elogiada.
Cuando contra todo pronóstico Cartes promulgó la ley que fijó límites a las tarjetas de crédito o cuando puso en vigencia la ley de acceso a la información pública o cuando sacó a luz los salarios que paga el Estado, siempre hubo algún elemento distractor aportado por el astuto quintacolumnista que eclipsara la buena noticia.
Abrumado por ciertos sondeos de opinión sobre su nivel de popularidad, Cartes citó en estos días a su gabinete y le exigió una explicación a la mala imagen del Gobierno.
Sus ministros le recitaron, como es costumbre, las frías estadísticas que debieran traducirse en una mayor empatía con la gente; pero ninguno se atrevió a decirle que sus sospechas tienen una causa cierta. Les faltó coraje para reconocerle que esa imagen presidencial en caída libre no es un accidente, sino el resultado de una trabajosa campaña de desprestigio orquestada por un hombre, un provocador que ha logrado predisponer a la ciudadanía en su contra.
Lo notable es que este panfletario personaje ni siquiera ha demostrado mayor astucia. No parece dotado de una gran locuacidad; es más, las oraciones completas, y en un orden lógico de sujeto, verbo y predicado, le resultan esquivas.
Tampoco es muy afecto a los discursos, pero es evidente que las grandes concentraciones lo motivan y es allí cuando arremete contra la lógica y la semántica y lanza un nuevo ladrillo verbal contra la estabilidad de Cartes.
Lo cierto es que este agitador está totalmente descontrolado, y si el propio presidente no le frena, sus acciones provocarán cada vez mayor daño y no hay forma de predecir sus consecuencias finales.
Esto es lo que sus ministros no tuvieron el coraje de decirle. Que usted tiene razón, señor presidente: hay un peligroso desestabilizador en su Gobierno. Se llama Horacio Cartes.
Por su bien, pero sobre todo por el nuestro, contrólelo.
No hay peor pesadilla que cuando el genio escapa de la botella.Por Luis Bareiro/UH