La misión DART de la NASA logró alterar la forma y la órbita del asteroide Dimorphos y los datos recopilados durante aquella histórica prueba para redireccionar un gigantesco objeto han revelado secretos que contribuirán a mejorar las estrategias de defensa planetaria ante la hipótesis de que un asteroide entre en rumbo de colisión con la Tierra
La revista Nature Communications publica hoy cinco artículos basados en las observaciones de la misión DART (acrónimo en inglés de “prueba de redirección de un asteroide binario”), que estrelló hace dos años de forma deliberada una sonda contra el asteroide Dimorphos, un satélite de un astro mucho mayor (el Didymos), para comprobar si la energía cinética generada por ese impacto podía desviar un objeto que avanzara contra la Tierra.
Aquel impacto no solo alteró la órbita del Dimorphos, sino también la forma de este asteroide de unos 170 metros de ancho –mucho mayor que el que impactó en Tunguska (Rusia) en 1908 y que arrasó un área de varios miles de kilómetros cuadrados–.
Decenas de científicos de numerosos centros de investigación y universidades de todo el mundo han escudriñado los datos que mejoran la comprensión de las características físicas y geológicas de esos cuerpos planetarios, sobre su formación y su evolución, y han sentado además las bases para la próxima misión HERA de la Agencia Europea del Espacio (ESA), otra misión de “defensa planetaria” que analizará en profundidad el impacto de DART.
El sistema binario que forman el asteroide Didymos y su satélite Dimorphos es especialmente interesante para la comunidad científica por estar especialmente “cerca” de la Tierra; los científicos han concluido que el segundo pudo haberse formado a partir del material desprendido por el primero, o que su edad aproximada es de 12,5 millones de años y de 300.000 años, respectivamente.
Una “pila de escombros”
También han analizado la morfología de más de 30 rocas superficiales de Dimorphos y las han comparado con las de otros asteroides que también acumulan una gran cantidad de escombros (como Itokawa, Ryugu o Bennu) y han concluido que los hallazgos sugieren un mecanismo común de formación y evolución de este tipo de cuerpos.
Las imágenes han revelado que Didymos es aplanado y presenta indicios de ondulación a lo largo de su perímetro ecuatorial, que sus regiones polares son rugosas y contienen grandes rocas y cráteres, mientras que cerca de su ecuador, la superficie es lisa, con pocas rocas grandes y cráteres.
Dimorphos, por su parte, tiene una superficie cubierta de rocas, grietas y algunos cráteres, según los artículos que hoy publica Nature Communications, que revelan que las superficies de ambos asteroides incluyen grandes bloques que sugieren que ambos son de tipo “pila de escombros”.
En los diferentes grupos de investigación que se han formado para analizar la información han participado numerosos astrónomos de centros y universidades españolas, entre ellos el Instituto de Ciencias del Espacio (ICE) y el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), o el Instituto de Estudios Espaciales de Cataluña (IEEC).
Riesgo cierto, si; alarmismo, no
El astrofísico Josep María Trigo, del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias del Instituto de Ciencias del Espacio, ha subrayado la importancia del conocimiento profundo de estos “cuerpos”, que se acercan tanto a la Tierra y tienen unas dimensiones que los hacen entrar en la categoría de “asteroides potencialmente peligrosos”.
En declaraciones a EFE, Trigo ha destacado que gracias a DART los científicos saben ya que los dos son representativos de otros asteroides del tipo “pila de escombros” y que quedaron completamente fracturados por impactos “colosales” con otros objetos.
“Tampoco conocíamos en qué medida un impacto cinético podría resultar exitoso; ahora tenemos un plan de defensa planetaria”, ha manifestado el investigador, y ha destacado la relevancia científica de los asteroides, que fueron los primeros cuerpos que se formaron alrededor del Sol y fueron los bloques constitutivos de los planetas rocosos como la Tierra.
Los asteroides “por supuesto” que suponen un riesgo, “pero proporcional a sus dimensiones”, y aunque la Tierra está protegida de una manera eficiente contra asteroides de pocas decenas de metros, no puede evitar las consecuencias de impactos de objetos mayores de 50 metros de diámetro, y ha recordado en ese sentido los devastadores efectos del impacto del Tunguska en la taiga siberiana.
Pero ha insistido en evitar el alarmismo y ha asegurado que no se conoce ningún asteroide que esté en ruta de colisión futura con la Tierra, si bien se desconocen cientos de asteroides de menos de 100 metros de diámetro.
“No debemos bajar la guardia y es preciso seguir con los programas de seguimiento para descubrirlos a tiempo, antes de que impacten. Gracias a DART ya disponemos un plan de desvío eficiente, pero es preciso predecir esos encuentros con un margen de tiempo suficiente (semanas o mejor meses) para desarrollar una misión paliativa”, ha señalado.
Los estudios que se publican hoy, ha valorado el astrofísico, ahondan en el reto que supone desviar asteroides próximos a la Tierra, un resultado “sorprendente y desafiante” que ejemplifica la necesidad de desviarlos a tiempo “para evitar que en su entrada a la atmósfera a hipervelocidad se desparramen, generando futuros estallidos atmosféricos como el que asoló la región de Tunguska”.
“Las estadísticas apuntan a que un fenómeno similar podría ocurrir cada pocos siglos y ahora estamos en condiciones de evitar ese riesgo”, ha concluido Trigo.
Fuente: EFE