Ese es el título de un pequeño libro que acaba de publicar la organización BASE IS y que agrupa artículos sobre las consecuencias del llamado agronegocio. Recomiendo que lo lean, pues reseña de modo sencillo cómo el modelo productivo paraguayo se sustenta en las actividades extractivas, hasta el punto de que ellas constituyan el 70% del total de nuestras exportaciones. Desde la década del noventa el rubro estrella fue –y sigue siendo– la soja.
La producción extensiva de granos tiene, lamentablemente, gravosos efectos colaterales. Entre ellos, el exterminio de bosques y los seres vivos que allí habitaban, el desplazamiento forzoso de la población, la contaminación ambiental y la concentración de tierra en manos de pocos propietarios. Nos hubiera ido mejor si el monocultivo a gran escala de soja generara muchos empleos. Pero no es así; la soja es un modelo de agricultura sin campesinos. La mecanización hace que solo se necesite un trabajador por cada 500 hectáreas. La agricultura tradicional campesina, con un promedio de tres hectáreas de cultivos, ocupa en forma permanente alrededor de cinco trabajadores.
Nos hubiera ido mejor si la exportación de soja pagara más impuestos. Nos hubiera ido mejor si el Gobierno fuera más exigente en el control de los agroquímicos utilizados. Nos hubiera ido mejor si la deforestación, tan fácil de documentar hoy en día, fuera castigada, pero esos son temas que exceden el motivo de este comentario.
Esos inmensos y transgénicos océanos verdes, sin bosques ni campesinos y repletos de pesticidas, han producido cambios rápidos y significativos en la economía, en el ambiente y en la sociedad. Hoy, con más de 150.000 compatriotas afectados por la inundación, conviene hablar de la soja. Veamos por qué.
El cambio climático está produciendo desastres naturales cada vez más frecuentes y menos previsibles. Los extensos y frágiles cultivos de soja son, a la vez, víctimas y victimarios. Antes, allí había montes. Y el bosque es como una gran esponja que retiene el agua en la copa de los árboles y entre sus profundas raíces, evitando la erosión del suelo y la colmatación de los cauces hídricos. El agua corre superficialmente en la desprotegida plantación de soja y aumenta el caudal de los ríos, colaborando con las inundaciones. La deforestación y el monocultivo masivo de soja son algunas de las causas de que estemos con el agua al cuello.
Ya sé que los defensores de la soja tienen un argumento en la punta de la lengua: antes no sembrábamos tanta soja e igual teníamos inundaciones. Es que no es el único factor. Pero antes de que pasen al segundo argumento –”es una crítica ideológica”– sería bueno que se percaten de algo que los mismos productores ya reconocen: la destrucción de los recursos naturales hace insostenible el negocio a largo plazo.UH
Por Alfredo Boccia Paz – [email protected]