“Pasamos dos años de depresión económica y este año técnicamente podría configurarse un escenario de estanflación”

La economía paraguaya sigue sorteando una situación complicada, por tantos efectos en varios frentes, internos como externos, agudizados en los últimos años. A pesar de esto, el Banco Central del Paraguay espera un crecimiento cercano a 0% para este año, con un repunte de 5% para el 2023. Desde el sector privado estiman un repunte para el año que viene, incluso de casi 10%, como efecto rebote, sin embargo, el principal riesgo sigue siendo el clima.

Carlos Carvallo, exmiembro del directorio del Banco Central del Paraguay (BCP), actual presidente de la Asociación de Bancos y Financieras Paraguayas (Abafi), en entrevista para La Nación/Nación Media hizo un análisis de los últimos 4 años en materia económica, las grandes debilidades y las fortalezas del actual gobierno, entre otros puntos.

– ¿Cómo evolucionó la economía en los últimos 4 años?

Los últimos cuatro años han sido de muchas dificultades en lo económico, pero también en lo social y político. Tuvimos dos años de depresión económica (2019 y 2020), y este año que volvería a ser de crecimiento cercano a cero, a lo que se agrega, además, una inflación elevada y rebelde. Técnicamente, podría configurarse un escenario de estanflación para este año.

La pandemia, el clima, la geopolítica, la logística, se coordinaron para impactar nuestra ordenada economía. Por supuesto, nuestros políticos no podían dejar que estos factores exógenos sean los protagonistas exclusivos y también aportaron lo suyo para complicar más la situación.

A pesar de esta tormenta cuasi perfecta, el orden y la fortaleza institucional de nuestra macroeconomía construido y preservado a lo largo de varios años permitieron desplegar una agresiva política contracíclica ante el shock sanitario, utilizando los espacios fiscales y monetarios consolidados a partir de la acumulación de sucesivos equilibrios económicos.

De aquí en adelante, el escenario es otro muy distinto, los años de holgura fiscal y monetaria se agotaron completamente, y habrá que emprender el camino de retorno.

– ¿Cuál fue el papel fundamental del Gobierno ante el impacto general que provocó “la tormenta perfecta” y sus situaciones?

Creo que la pandemia hizo visible algunas miserias que tenemos como sociedad, y que la llevábamos medio ocultas en la conciencia.

Así como la autonomía del BCP y el espacio fiscal posibilitaron desplegar una política fiscal, monetaria y financiera contracíclica amortiguando el impacto de los shocks exógenos negativos, y la libertad de mercado permitió interpretar adecuadamente que parte del choque era transitorio y financiarlo sin comprometer demasiado los balances de las instituciones públicas y privadas; los inexistentes mecanismos de protección social configuraron un escenario por demás inequitativo del corralito sanitario, afectando de manera desproporcionada a los sectores informales, así como al empleo y los ingresos de las pymes del sector de servicios.

Ante este escenario, el gobierno tuvo que improvisar con transferencias monetarias sin el control adecuado y con aumento del endeudamiento externo, para sostener parcial e insuficientemente los ingresos de la población más vulnerable y un sistema de salud que se cae a pedazos.

Es decir, la pandemia puso a prueba la tan mentada resiliencia económica, ámbito donde creo que salimos bien parados. Pero, por otro lado, el choque sanitario nos interpeló severamente en nuestros valores como sociedad.

La desigualdad económica, y la desprotección social en la que se encuentra gran parte de nuestros compatriotas nos impone un imperativo moral, que debe trascender a las políticas públicas. Reformas del sistema de salud, pensiones, transferencias monetarias condicionadas, seguro desempleo, focalización de políticas sociales y educación pública de mayor calidad, tienen que formar parte de un diseño de reformas que no admite dilación.

Pero creo que la clase política no está a la altura de este llamado. Ni siquiera hay debates serios en esa línea. Una parte mayoritaria de nuestra clase política es incapaz, no se le puede pedir demasiado, y me parece que la campaña vacía en contenido, donde sobran los agravios, pero faltan las ideas, es una manifestación de esto.

– ¿En qué puntos económicos cree que las autoridades económicas actuaron de forma débil?

No quisiera calificar de esa manera. Creo que se hizo lo que se pudo. Las decisiones, sobre todo en lo que refiere a las políticas sociales, fueron muchas veces producto de la improvisación, pero por la falta de instrumentos adecuados y del desconocimiento de donde estaba la población vulnerable, dado el amplio sector informal de nuestra economía y, por ende, la inexistencia de información adecuada para focalizar recursos.

– La deuda pública. ¿Es sana o no ante su incremento respecto al PIB en los últimos años?

Las ratios actuales de deuda pública son el reflejo que los espacios macroeconómicos en Paraguay se han agotado. La capacidad de pago medida por los intereses de la deuda sobre los ingresos tributarios están por fuera del umbral para un fisco con la capacidad del paraguayo, así como la ratio de deuda de la administración central sobre sus ingresos, donde también estamos pasados del umbral recomendable.

La medida tradicional de deuda pública sobre producto, las más utilizada, se está acercando rápidamente al umbral de 40%, límite que no se debería ultrapasar en las condiciones actuales de la economía.

El problema es que el fuerte crecimiento de la deuda pública durante la pandemia, cuya necesidad no discuto, fue para sostener de forma parcial e insuficiente el ingreso de las familias más vulnerables, y no para financiar reformas institucionales, económicas o sociales que permitieran aumentar el capital humano, físico y social y, por ende, la productividad de nuestra economía, tal que se impacte el crecimiento potencial, ensanchando la posibilidad de endeudamiento sostenible.

Ahora el dilema para el próximo gobierno es la de una ecuación por demás compleja. Cómo financiar más reformas e inversión en salud, educación, infraestructura, etc., en un ambiente donde la posibilidad de acceder a recursos va a estar muy limitada por las condiciones desfavorables que existirán en los mercados financieros internacionales con restricciones de liquidez y tasas elevadas, pero también por las condiciones internas que demandará un proceso de austeridad que recomponga los espacios macroeconómicos y restaure la confianza.

En definitiva, la trampa de la pobreza y de la baja inversión en la que se encuentra nuestro país, se puso aún más difícil de sortear en el futuro. Pero la situación está tan compleja que podría ser una oportunidad. Vamos a estar obligados a ser más austeros, asignar mejor los escasos recursos, terminar con el clientelismo político y las corporaciones que impiden reformar, con la inseguridad y la corrupción. En definitiva, acceder al grado de inversión y ubicarnos como un país creíble y seguro para las inversiones.

Pero ojo, cualquier aventura que implique romper las normas de austeridad fiscal y socave la autonomía del banco central, en esta coyuntura bisagra, pienso yo que sería un largo camino de ida. Ya veremos si la clase política está a la altura y tiene la capacidad de resolver el puzzle.

-¿Cómo observa la política monetaria y fiscal

Tal como mencionado anteriormente, creo que durante la pandemia ambas han cumplido con su rol, utilizando todo el capital reputacional acumulado a lo largo de varios años de construcción de institucionalidad macroeconómica. Eso hizo posible bajar la tasa de política monetaria en 325 puntos básicos en 4 meses. Fuimos el primer país en tomar esta decisión y el que más lejos se animó a ir, sin afectar los fundamentos de la economía.

El fisco también aumentó el déficit y, por ende, la deuda externa, pero lo hizo dentro de restricciones razonables, aprovechando los espacios y sin romper la institucionalidad.

Las discrepancias, que tampoco son demasiado profundas, irían más bien por el timing de las decisiones iniciales y la velocidad en la convergencia.

En lo monetario, la persistencia de los desequilibrios entre la oferta – demanda mundial y los conflictos bélicos introdujeron persistencia en la inflación y el riesgo de contagio en las expectativas, doblegando expectativas iniciales de mayor transitoriedad.

Ante este escenario, en nuestro país, al igual que en varias economías en el mundo, se tuvo que reaccionar probablemente con mayor agresividad que lo previsto inicialmente, con el objetivo que no se desanclen las expectativas.

Por el lado fiscal, el debate pasa por la velocidad en la convergencia hacia el déficit previsto en la LRF, aprovechando ese proceso para realizar reformas que permitan mejorar la calidad del gasto.

Este primer año no se ha logrado esto. En principio estaríamos por fuera de la meta del 3% de déficit prevista en el proceso de convergencia gradual, pero con una estructura de gasto aún peor, dada la irresponsabilidad de nuestros políticos que movidos por el ciclo político han decidido privilegiar a sus clientes en detrimento de la población más vulnerable.

Si la divergencia con la meta de déficit no es aún mayor, paradójicamente sería gracias a la inflación, que licuaría parte de ese mayor déficit, lo que no es para festejar, ya que se trata de un mal versus otro mal, cuando debería ser parte de un esfuerzo consciente por mejorar la calidad de nuestro PGN.

LA NACION