¿Qué tienen en común un infarto, una crisis epiléptica, la diarrea, el daño pulmonar o el fallo renal? La respuesta está en el Covid-19, un virus que no solo desencadena una afectación respiratoria. Los médicos que se han enfrentado a la primera oleada de la epidemia ya saben que no es como la gripe. No solo por su mayor letalidad sino porque este virus escurridizo es el rey del disfraz
Las autoridades sanitarias insisten machaconamente en el mismo mensaje: “Si tiene tos, fiebre o dificultad para respirar quédese en casa y acuda al médico”. Pero esos síntomas son solo una pequeña muestra de cómo puede manifestarse y confundir a médicos y enfermos.
El coronavirus utiliza las mucosas –ojos, boca y nariz- como puerta de entrada. Cuando una persona infectada expulsa gotitas al estornudar, hablar o toser, basta con que alguien cercano las inhale para que el Covid-19 invada un nuevo organismo. En las mucosas encuentra las mejores condiciones para su multiplicación y supervivencia. Allí las células son ricas en una enzima (ACE2) que es la llave utilizada para entrar. Una vez dentro, el virus secuestra la maquinaria celular haciendo innumerables copias de sí mismo e invadiendo nuevas células. Durante la primera semana, la enfermedad no da la cara o aparecen síntomas menores, así como pérdida de olfato y gusto.
Si las defensas naturales del organismo no vencen al virus durante esta fase inicial, el virus desciende por la tráquea para atacar los pulmones donde los alveolos, esos pequeños sacos del árbol respiratorio también son ricas en la enzima ACE2.
PULMÓN, “ZONA CERO”
El daño pulmonar fue lo primero en describirse porque las manifestaciones más comunes eran respiratorias. Esa era la “zona cero”. A medida que llegaban casos a los hospitales se empezó a entender que el daño podría ser global y, sobre todo, diferente en cada paciente. De la misma manera que algunas personas eran capaces de lidiar con la infección sin apenas enterarse, otros acababan en las UCI debatiéndose entre la vida y la muerte, y lo hacían con manifestaciones muy diversas.
Aún no ha dado tiempo a elaborar grandes estudios, pero la experiencia de esta primera oleada de casos ha mostrado que el pulmón no es el único objetivo. El virus tiene otros órganos vitales como diana y deja su huella en el sistema cardiovascular, nervioso, digestivo, urinario y hasta en la piel. Dibuja un mapa de la devastación del cuerpo humano desde la cabeza a los pies.
La afectación neurológica es florida y puede también servir como pista para detectar precozmente la enfermedad. La pérdida de gusto y olfato es un síntoma del que debería advertirse a la población general, igual que se hace con la fiebre o la tos seca, advierte Porta-Etessam. La cefalea o dolor de cabeza también es otro síntoma común del que no se habla tanto.
También, los datos europeos muestran cada vez más, como el mareo o vértigo, la encefalitis (inflamación del cerebro), parálisis facial, crisis epilépticas o ictus.
El virus también tiene a los cardiólogos desconcertados. Están viendo enfermos con síntomas claros de infarto que tienen las coronarias limpias. Y la única explicación que encuentran se vuelve a llamar Covid-19.
Además del corazón, el riñón es otra de las víctimas del coronavirus. Mientras medio mundo clamaba por la falta de respiradores para salvar a los pulmones que fallaban no se prestaba atención a otro equipamiento esencial: las máquinas de diálisis que están salvando muchas vidas.
Se habla del coronavirus como una guerra pero lo que no se dice es que se libra en numerosos campos de batalla. Los geriatras también han contado cómo lo que parecían cuadros gastrointestinales, con diarrea y náuseas, eran coronavirus. El intestino y el hígado se han visto también como un objetivo del virus, como también lo es la piel. Existen investigaciones en marcha para averiguar si urticarias y sabañones son un síntoma más.