Delatores, informantes o infiltrados existieron a lo largo de la historia de la humanidad. En nuestro país, el folclore les dio el ilustrativo nombre de “pyrague”. En estas entregas nos adentramos en la historia de la delación en el Paraguay. En el presente artículo nos enfocamos en la dictadura del doctor Francia y en los gobiernos de los López.
- POR ALDO TORRES (*)
- Fotos Gentileza Archivo Nacional y Archivo Diario La Nación
El Dr. José Gaspar de Francia fue electo dictador en 1814 y solo abandonó el poder cuando su vida se extinguió. Creador de un régimen político absolutamente centralizado, él reunía en sí mismo la suma del poder político. En sus largos años como gobernante, como todo autócrata, prefirió rodearse de servidores mediocres, gente que no le hiciera sombra por ningún motivo y a quienes debía guiar en todo, hasta el punto que muchas veces demostró su exasperación por las carencias intelectuales del tipo de burocracia que fue formando de acuerdo con su estilo.
Ahora bien, ¿cómo se explica el éxito que tuvo en mantener su hegemonía por tanto tiempo? Desde luego, esta es una pregunta cuya respuesta no puede agotarse en un artículo, pero es probable que al menos en parte se haya debido al sistema de informantes que creó y privilegió. Numerosos autores, sobre todo extranjeros, brindan detalles acerca de la omnipresencia de ojos y oídos del Supremo por doquier. En ese sentido, el médico suizo J. Rengger, quien vivió en Asunción alrededor de siete años, escribió que “todos los empleados hacen la Policía en el Paraguay, desde el dictador hasta los celadores… Se vigilan las reuniones y no faltan personas complacientes que, sin estar encargadas directamente por la autoridad, hacen una especie de policía secreta. Todo se descubre en el Paraguay con una facilidad admirable” (P. 82). A su vez, George Thompson, ingeniero inglés que peleó en la Guerra de la Triple Alianza, refiere que el Dr. Francia “instituyó un sistema tan perfecto de espionaje que nadie, ni sus más próximos parientes, estaba seguro contra una delación” (P. 19).
ESPÍAS VOCACIONALES
Ildefonso Bermejo, español, relata que durante una charla que mantuvo con Fermín Duarte, este le había contado que su padre, Francisco Duarte, había sido delatado por un espía por ser aficionado a la lectura de libros científicos (P. 36). A George Masterman, un químico farmacéutico inglés que permaneció en el Paraguay entre 1861 y 1868, le sorprendía el celo con que cada paraguayo desempeñaba el rol de espía contra sus semejantes, lo cual él veía como producto heredado de la tiranía francista y el inmenso poder que acumuló. Asimismo, Barbara Potthast refiere que “… en la histórica tradición del Estado totalitario, cada manifestación sospechosa es inmediatamente denunciada”, y analiza el papel de las clases bajas en esta misión, cuando explica que “ya desde los tiempos del Dr. Francia, el personal de servicio estaba obligado a hacer de soplón, y un conocedor de manifestaciones hostiles al Estado que no las denunciaba se hacía tan culpable como el autor de ellas” (P. 311).
La opinión de Cecilio Báez no difería de la de los autores precedentes. En efecto, en un artículo publicado en 1888 escribió que el Dr. Francia, “malvado y jesuita, estableció como sistema la delación y el espionaje… Considerándose un crimen el no revelar al tirano lo que de él se decía” (La Ilustración Paraguaya, Nº 16). 1 Aldo Torres, licenciado en historia y en lengua inglesa por la Facultad de Filosofía de la UNA y fundador y presidente del Centro de Investigaciones de Historia Social del Paraguay (CIHSP).
UNA SIMPLE PALABRA
La red de informantes con que contaba el dictador debió ser impresionante. Su longevidad en el poder, sorteando diversas conspiraciones, da fe de ello. Esto explica, igualmente, los numerosos procesos judiciales llevados adelante durante su mandato contra personas denunciadas por palabras ofensivas e imposturas proferidas contra el Supremo Gobierno de la República… Un solo índice en un legajo del Archivo Nacional de Asunción contiene el listado de cerca de 30 personas investigadas por ese crimen entre 1816 y 1840, entre quienes se contaba sacerdotes, mujeres, esclavos y comerciantes (en Viola, P. 158). Una simple expresión crítica contra el Dr. Francia bastaba para terminar en la cárcel.
Entre los informantes no puede descartarse la participación de esclavos del Estado, hombres y mujeres, muchos de los cuales, si no trabajaban en obras públicas o en las estancias de la patria, podían ejercer actividades en Asunción ya sea en carpinterías, fondas, sastrerías, herrerías y otros, o bien como mercachifles (sobre todo algunas esclavas). Al encontrarse en tan diversos lugares y en comunicación con los vecinos, pudieron constituirse en una valiosa fuente de información para el Gobierno, sobre todo cuando es fama que el dictador los recibía sin más trámite. En ciertos legajos judiciales en los que están envueltos esclavos del Estado se deja entrever que el Supremo ya contaba con la relación de hechos, antes de que constaran por escrito en las declaraciones, si es que esto era necesario. Asimismo, los esclavos pertenecientes a familias particulares, aquellas más acomodadas, y en consecuencia las más afectadas por el régimen del Dr. Francia, no perderían oportunidad de reportar al Gobierno cualquier noticia que pudiera servirle.
CARLOS ANTONIO LÓPEZ
El riesgo para las familias pudientes con esclavos se incrementaba, lógicamente, cuando los últimos tenían ciertas desavenencias con sus amos. Con Carlos Antonio López en la Presidencia no solo continuó el sistema de espionaje, sino que al parecer se perfeccionó. Cualquier injuria contra el Gobierno y, sobre todo, contra él mismo era detectada y perseguida con toda rigurosidad. Lo más interesante ocurre en 1848. En agosto de aquel año, López entendió que la estabilidad política y la paz social se encontraba en peligro en el país debido a la potencial influencia de Juan Manuel de Rosas, gobernador de Buenos Aires (cabe recordar que entonces aún no era reconocida nuestra independencia por esa potencia del Plata). Según creía el presidente paraguayo, Rosas se encontraba embarcado en un plan para introducir emisarios suyos en el Paraguay y sembrar la división política a través de ellos. López pensaba que cualquier persona de otra nacionalidad que llegara al país, so pretexto de ser comerciante, médico, artesano o simple viajero, podía ser un espía bonaerense. Con el objeto de prevenir esto, ordenó al comandante de la Policía de Pilar que todo extranjero que parara en la villa debía ser vigilado minuciosamente para saber de qué hablaban, qué visitas recibían y qué amistades frecuentaban.
Sin embargo, advirtió que toda investigación practicada debía hacerse con la más absoluta discreción y buen trato. En sus instrucciones, López escribió que tales “noticias no debe adquirirlas solo por los soldados de Policía, debe tenerlas por algunos vecinos y aun por medio de mujeres, especialmente mujeres livianas y de vida relajada, pero es preciso tener mucho cuidado en escoger la clase de gente que se haya de emplear, porque hay riesgo de que se hagan agentes de los emisarios” (ANA SH Vol. 282, Nº 16). La Policía debía consignar y reportar todos los datos de los extranjeros: si tenían afición al juego, a la embriaguez, si discutían sobre partidos políticos, si tenían demandas; es decir, conocer sus costumbres y hábitos. El documento firmado por López en carácter de instrucciones reservadas, propias de una situación extraordinaria, constituye casi un tratado de espionaje estatal. El trabajo detectivesco no debía ser percibido por los extranjeros y se autorizaba utilizar a vecinos (no funcionarios) e incluso a mujeres de vida fácil para ganarse la confianza de los forasteros y sacarles información. Pareciera el guión de una película policial, pero esto era una orden directa del presidente de la República, en un régimen quizá un poco menos autoritario que el del Dr. Francia, pero mucho más técnico y burocrático.
CON FRANCISCO SOLANO LÓPEZ
El sucesor de Carlos Antonio López, su hijo, Francisco Solano, también apeló a una red de informantes para consolidar su poder. La relación entre el Gobierno y el personal de servicio en ese sentido continuó vigente. Masterman anota que la madre de un tal Basilio, ayudante paraguayo del embajador estadounidense Charles Washburn (1863-1868), era una espía de la Policía. El propio Washburn se percató de que sus empleadas domésticas informaban siempre a los soldados o policías en la esquina de la calle sobre las conversaciones en su casa (en Potthast, P. 311). Por supuesto, el hecho de que Francisco Solano fuera comandante en jefe del ejército en campaña en la Guerra de la Triple Alianza hizo que aumentaran sus miedos y, por ende, la cantidad de los delatores que necesitaba, al tiempo que por esas mismas razones debía disminuir la calidad, exactitud y veracidad de la información que recibía.
Los procesos de San Fernando podrían valer como ejemplo. Evidentemente, tanto los gobiernos de Francia como de los López fueron autoritarios y no permitieron el más mínimo disenso. La delación constituyó parte integral de su esquema político y ayudó a mantenerlo por muchos años. Los autócratas tienden a ver enemigos en todas partes y nunca faltan cortesanos, adulones y serviles que los exponen o los crean, y es que la intriga está bastante ligada a la delación. Como consecuencia, los ciudadanos se volvieron sospechosos unos de otros y se estableció un sistema policiaco de control social, en el que nunca se sabía quién podía ser un delator o informante. Desde luego, hay que incluir en el análisis el contexto histórico en el que se dieron estos regímenes (Siglo XIX) y comentar que no terminó con ellos ni mucho menos la práctica de tener informantes subrepticios. Y he ahí justamente el problema que la historia debe ilustrar: quedó sembrada toda una cultura, que a lo largo del siglo XX no hizo sino eclosionar y manifestarse con más ímpetu, ya con otros actores.
REFERENCIAS:
Bermejo I. (2011). Vida paraguaya en tiempos del viejo López. Asunción: Servilibro Masterman, G. (1870). Siete años de aventuras en el Paraguay. Londres: Sampson Low, son, and Marston. Potthast, B. (2011). “¿Paraíso de Mahoma o país de las mujeres?”. Asunción: Fausto Ediciones.
Rengger, J.R. (s/a). Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay. Asunción: El Lector Thompson, G. (2014). La Guerra del Paraguay. Asunción: Servilibro Viola, A. (2013). Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, defensor de la independencia del Paraguay. Asunción: Servilibro. ANA – S.H. Vol. 282, Nº 16 ANA – S.H. Vol. 284, Nº 13, La Ilustración Paraguaya, año 1, Nº 16, 1888.
David Velázquez Seiferheld
Bajo los gobiernos de Francia y los López, la Iglesia se encontraba sometida al Estado en virtud de la aplicación del Patronato estatal. Bajo la dictadura francista, dos decretos son particularmente importantes en este sentido: uno, del 2 de julio de 1815, por el cual el dictador prohibió, extinguió y anuló “todo uso de autoridad o supremacía de las mencionadas autoridades (se refiere a las autoridades eclesiásticas, nda), jueces o prelados, residentes en otras provincias o gobiernos, sobre los conventos de regulares de esta República, sus comunidades, individuos, bienes de cualesquiera de las hermandades o cofradías anexas o dependientes de ella”, y del 25 de octubre de 1816, por el cual se determina que el Supremo Gobierno “no está, ni puede ni debe estar ceñido a ninguna de las llamadas prácticas y disposiciones canónicas (…)”. Con la clausura del Colegio Seminario de San Carlos, además, cesó el ordenamiento de sacerdotes para el clero. El 20 de octubre de 1824 suprimió los conventos y nacionalizó los bienes de las órdenes religiosas.
Los sacerdotes debían jurar lealtad al Estado: al suprimir las órdenes religiosas, los sacerdotes regulares pasaron al estado secular. El juramento incluía la obligación de denunciar conspiraciones y otros hechos contra el Estado y el Gobierno, aun cuando fueran informaciones obtenidas en confesión.
Tras la muerte del dictador perpetuo en 1840, la Ley de Administración del Estado del 13 de marzo de 1844 mantuvo el Patronato como atribución del Poder Ejecutivo. Aun cuando Carlos Antonio López se esforzó por establecer y consolidar relaciones con el Vaticano, el ejercicio del Patronato significó un problema para el estado pontificio. Los sacerdotes seguían jurando lealtad al Estado (no solo juraban ante el obispo, sino también ante las autoridades políticas). Al fallecimiento de López padre y la asunción de Francisco Solano López a la Presidencia en 1862, el juramento se hizo aún más exigente para el clero.
Se puede leer en el juramento de fidelidad al Supremo Gobierno y las leyes y los estatutos de la Nación pronunciado por el obispo Manuel Antonio Palacios en su consagración, el 30 de agosto de 1863, el juramento de que “que no tomaré parte en consejo, plan, ni empresa alguna interior ni exterior contra la tranquilidad pública o contra el Supremo Magistrado de la Nación y que si algo llegare a mi noticia ya sea en mi diócesis o fuera de ella, lo manifestaré al Gobierno”.
De esta manera, durante la primera república (1811-1870) el clero cumplió un papel fundamental en el control social, no solo transmitiendo conceptos de afirmación de la autoridad estatal y subordinación de la Iglesia, sino también a través de la delación y denuncias de posibles complots contra el Estado y/o sus magistrados y funcionarios. En la práctica, no todos los sacerdotes parecen haberse alineado ante estas premisas y existen casos de sacerdotes denunciados y apresados por no haberlas cumplido.
Fuentes:
Archivo Nacional – Sección Historia – 444 Nº 21 “Juramento de fidelidad al Supremo Gobierno y las leyes y estatutos de la Nación del obispo Manuel Antonio Palacios”. DALLA – CORTE CABALLERO, G. (2011). El “sacerdote intruso”. Disputas eclesiásticas en torno a la construcción del Estado y la nación paraguaya en la segunda mitad del siglo XIX, en GARCÍA JORDÁN, Pilar (ed.). El Estado en América Latina: recursos e imaginarios, siglos XIX y XX. Universitat de Barcelona. Barcelona. DURÁN, M. (ed.) (2005). Catecismo de San Alberto. Edición facsimilar, introducción y notas de Margarita Durán. Centro Unesco – Universidad Católica – Intercontinental. Asunción. HEYN SCHUPP, C. y NOGUÉS, A. (1998). Reseña Histórica de las relaciones de la Santa Sede con el Paraguay. Nunciatura Apostólica de Asunción, Paraguay. Telesca, I. (2007). Pueblo, curas y Vaticano. La reorganización de la Iglesia paraguaya después de la Guerra contra la Triple Alianza. Fondec. Asunción. Velázquez, D. (2018). El Paraguay de Fidel Maíz: una vida, dos memorias (1870 – 1920). En Troisi Melean, J. y Barcos, María F. (comp.) (2018) Élites rioplatenses del siglo XIX: Biografías, representaciones, disidencias y fracasos. Librería FAHCE – Universidad Nacional de La Plata.
FICHA -AUTOR
NOMBRE: Aldo Torres (*) LN
- Lic. en historia y lengua inglesa, Filosofía-UNA
- Fundador y presidente del Centro de Investigaciones de Historia Social del Paraguay (CIHSP)